Un pasito hacia el sinceramiento

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 29/12/17 en: https://alejandrotagliavini.com/2017/12/29/un-pasito-hacia-el-sinceramiento/

 

Dice la Escuela Austríaca de Economía, en mi opinión la más seria, que la inflación es la depreciación del signo monetario como consecuencia del exceso de emisión -de oferta- monetaria por sobre lo que demanda el mercado, en tiempo real. Esto del “tiempo real” es crucial y es lo que la diferencia de los neo keynesianos y la escuela clásica. Porque implica que, una vez producida la inflación, se disparan millones de decisiones -de millones de ciudadanos- imposibles de detener, para empezar, porque son imposibles de conocer.

O sea, una vez emitido el exceso, la inflación se instaló y, entonces, cualquier intervención de la autoridad monetaria solo puede agravar la situación, contra lo que opinan las otras escuelas. De aquí que las Lebac, al contrario de lo que dice el neo keynesianismo -lo mismo que la escuela clásica- hoy vigente, son inflacionarias porque las personas dejan de demandar dinero para invertirlo en estos papeles aumentando el spread con la emisión, en tiempo real.

Otra cosa es el IPC que popularmente se confunde con inflación y que no necesariamente coinciden: por razones estacionarias o circunstanciales algunos precios podrían aumentar provocando un aumento del IPC sin que esto fuera el resultado de la inflación. Por cierto, el cálculo del IPC es arbitrario según qué artículos se consideren y según quién y cómo se realice la encuesta.

Así las cosas, el gobierno anotó que las “metas de inflación” -la política anti inflacionaria del BCRA- perdieron credibilidad, como que es una teoría falaz, y no quiere correr el riesgo del estancamiento económico que conlleva la política “monetaria dura”. Más allá de demostrar que la independencia del BCRA siempre fue una falacia, y si bien están a años luz de una política sana, los nuevos anuncios acercan la cosa un pasito al bajar las tasas artificialmente fijadas por el BCRA, con fines “anti inflacionarios”, y que solo agravan la situación, amén de provocar un redireccionamiento artificial de capitales productivos hacia la bicicleta financiera.

Nadie tomaba como un número creíble el 10% más dos puntos de margen que el Banco Central había fijado como meta inflacionaria para 2018. De hecho, el Relevamiento de las Expectativas del Mercado (REM) que realiza el BCRA, pronosticaban una “inflación” del 16,6% para el 2018. Y, de hecho, esa cifra estaba en sintonía con la partida para los jubilados y pensionados que el propio Palacio de Hacienda suscribió en el proyecto de Presupuesto 2018. Por otra parte, las primeras paritarias que se van cerrando, en sectores como bancarios, apuntan al entorno del 20%.

Otro problema serio de la tasa artificialmente alta es que presiona el dólar hacia la baja. Al bajar las tasas, al contrario de lo que es creencia popular, un aumento del dólar podrá traer aumento de algunos precios -y quizás del IPC, según cómo se calcule- pero no de la inflación real que es solo exceso de oferta de pesos. Y estos precios que aumenten -mientras que todavía se están digiriendo las subas de gas, luz, combustibles y prepagas y el salto del 25% en el boleto que viene- pueden provocar un reacomodamiento en los hábitos de consumo, pero nada tienen que ver directamente con la inflación.

Probablemente, este sinceramiento del gobierno provoque una disminución en la inflación real desde que el gobierno se verá más presionado a desacelerar la brutal emisión monetaria que venía a un ritmo de más del 26% anual.

Sturzenegger no quiso dar mayores precisiones sobre qué ocurrirá con la tasa, pero el mercado financiero tuvo una reacción clara en el sentido de fuerte baja de la tasa de las Lebac en el mercado secundario que explicaron, en parte, el salto de 4,6% en pocas horas apenas conocidas las nuevas medidas.

Algunos, como Martín Redrado, creen que la modificación de la meta de inflación complicará a quienes tomaron un crédito hipotecario UVA, ya que encarecerá aún más la cuota vigente y aconsejó a los nuevos tomadores esperar hasta marzo o abril que es cuando la situación mejoraría. Lo que no está para nada claro.

Lo que sí queda claro es que la burbuja inmobiliaria que el gobierno creo -con la rentabilidad de los alquileres por debajo de cualquier inversión- se verá perjudicada porque es muy probable que los precios de venta de los inmuebles en moneda dura bajen. Y la construcción es hoy uno de los principales pilares del “crecimiento” económico, crecimiento que en apariencia podría verse perjudicado -según se mide el PIB- pero que en verdad mejorará… o caerá menos.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa de Joseph E. Stiglitz

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 9/11/16 en: http://www.elcultural.com/revista/letras/El-euro-Como-la-moneda-comun-amenaza-el-futuro-de-Europa/38724

 


Joseph E. Stiglitz

Joseph E. Stiglitz ha abierto un frente nuevo. Hasta ahora, las críticas por sus argumentos contrarios al mercado le llegaban esencialmente desde el liberalismo, mientras que el antiliberalismo lo jaleaba. Con este libro ha logrado ataques también desde la izquierda. ¿Qué ha sucedido? Pues que el Nobel de Economía no sólo es contrario al euro, sino que sostiene que el proyecto que lo alumbró fue concebido por los “fundamentalistas del mercado”.

Volveremos sobre la decepción de la izquierda, pero aclaremos antes que esta idea del “fundamentalismo del mercado”, una fabulosa trampa retórica, es sistemática en Stiglitz, que seriamente considera que nuestros problemas derivan de que hemos sido demasiado libres, y nuestros gobernantes han creído a pies juntillas en que los mercados eran perfectos, y han procedido en consecuencia a limitar severamente el Estado: “había un fin oculto: recortar el papel del Estado en la economía” (p. 207); “reducir las dimensiones del Gobierno” (p. 278); “recortes del gasto” (p. 45); “recortes excesivos del gasto público” (p. 36); “grandes y polémicos recortes en el gasto social” (p. 342).

Una persona que cree realmente que eso sucedió, contra toda la evidencia empírica disponible, que certifica que los Estados no han sido desmantelados, ni mucho menos, es capaz de creer cualquier cosa. Y es el caso de Stiglitz, con un matiz: cree cualquier cosa, pero siempre que sea contraria al mercado y favorable al Estado. Asegura que la crisis fue culpa de los mercados, insensatos e irracionales (pp. 41, 146-7); la burbuja inmobiliaria fue provocada por el sector privado (p. 130); el paro es culpa del mercado (p. 92); la privatización de las telecomunicaciones en América Latina “no derivó en más productividad” (p. 77); la Argentina de los Kirchner fue ejemplar (p. 221); pero el liberalismo en Chile produjo “desastrosos resultados” (p. 172).

Y así, todo. La necesidad de la intervención política solo es cuestionada por “cierto sector de lunáticos” (p. 108; ¿a qué me hace recordar esto de que los disidentes son enfermos mentales?). No hay discusión posible: “un enorme volumen de estudios que demuestran que es necesaria una mayor participación del Estado” (p. 51). No dice una palabra de los estudios que refutan semejante aseveración; y no pondera la teoría de la economía política, las instituciones y la elección pública (es como si nunca hubiera pasado la disciplina de Musgrave a Buchanan). En cuanto a sus simplificaciones sobre la pérfida “austeridad” (pp. 203ss.) hay al menos una mención a los trabajos de Alesina, citado en una nota (p. 424).

Pero todos estos errores son habitualmente aceptados por la izquierda, como la ficción de Stiglitz de que en el mercado sólo se beneficia el odioso 1 % más rico, o que Alemania es malvada, o que la devaluación interna no es prólogo de la recuperación, o que hay que aumentar los salarios por ley, intervenir (más) en el mercado de trabajo, mutualizar la deuda, imponer los eurobonos, y subir el gasto público y los impuestos. Incluso admitirían que el euro se depreciase. Pero hay tres puntos cruciales de Stiglitz que la izquierda no puede aceptar fácilmente. El primero es la mencionada y obvia falsedad de que el euro fue un proyecto liberal y capitalista: “gran parte del programa neoliberal de la Unión Europea está al servicio de las empresas” (p. 351): ningún socialista aceptará esto, sabiendo, como sabemos todos, que el proyecto europeo es esencialmente intervencionista. El segundo es su teoría de que el euro es el culpable de la crisis. Y el tercero, vinculado con el anterior, es la disyuntiva extrema de Stiglitz para que Europa tenga futuro: o se convierte en un nuevo Estado centralizado y ultraintervencionista, o el euro debe ser abandonado y en primer lugar ha de salir de la moneda única Alemania, y los que se queden devaluarán la moneda y repudiarán la deuda.

Presenta el autor su estrategia como “cambios modestos” (p. 280). No deja de criticar a Friedman por haber aconsejado a Pinochet (p. 172), pero no dice nada sobre Cuba, y parece como si no supiera quién es Fidel Castro. Sin embargo, cuenta Ignacio Ramonet que él conoció a Joseph Stiglitz porque se lo presentó el propio dictador cubano, con estas palabras: “es lo más radical que he visto jamás: a su lado, yo soy un moderado”.

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Reseña de «El Banco de España y el Estado liberal» (1847-1874) por Pedro Tedde de Lorca

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 8/1/16 en: http://www.elcultural.com/revista/letras/El-Banco-de-Espana-y-el-Estado-liberal-1847-1874/37467

 


Ramón de Santillán (en el billete), primer gobernador del Banco de España

Después de haber publicado dos notables trabajos sobre los antecedentes del Banco de España, El Banco de San Carlos (1988) y El Banco de San Fernando(1999), Pedro Tedde de Lorca presenta ahora un nuevo estudio, muy bien documentado y muy bien escrito, como es habitual en él, sobre los primeros años de nuestro banco (ex) emisor.

Toda la historia del Banco de España, como la de todos los bancos centrales, es la historia de una creciente intervención del Estado en el sistema financiero y bancario, de concesión de privilegios y recorte del mercado y la competencia, a cambio de dinero para sus arcas. A pesar de que hablamos de hace un siglo y medio, todo resulta familiar, desde las quejas por la insuficiencia de crédito hasta los intereses cruzados entre lo privado y lo público, pasando por diversos escándalos de corrupción y la consabida cantinela de que la intervención resulta imprescindible para evitar las crisis, que por supuesto no se evitaron entonces ni después.

Otra regularidad es la fantasía de que Ulises se puede atar a sí mismo, en una dinámica que continúa hasta hoy con la consigna de la independencia de los bancos centrales. Entonces en España se reproducían los debates monetarios británicos, con la propuesta de dividir el Banco de España en dos departamentos, uno de emisión y otro de descuento de papel, en la misma línea de la reforma de Peel del Banco de Inglaterra de 1844. Tanto en el Reino Unido como en España faltó la profundidad de Henry Thornton y la noción crucial de que el control de la emisión de billetes no previene contra las crisis porque la banca puede crear dinero mediante el crédito impulsado por la reserva fraccionaria. También aparecen los fallos regulatorios que desvirtúan las restricciones a la banca, filtrando la expansión monetaria, entonces hacia las llamadas sociedades de crédito, y hoy hacia la shadow banking.

Se destaca la dinámica asimétrica del intervencionismo, que marcó una tendencia perdurable: menos micro y más macro. En el campo monetario, la invasión del Estado sería constante, y se fue cercando la competencia de los bancos privados de emisión, descalificados por Salaverría en 1864 como «feudalismo monetario».

Esa asimetría se observa en los liberales, muchos de los cuales, entonces como después, estaban más que dispuestos a aplaudir la intervención pública. Ese error trágico se plasmó en su respaldo a la desamortización, que fue sólo un primer paso para la invasión del Estado sobre la propiedad privada de sus súbditos. Un héroe del comercio libre como el catalán Laureano Figuerola aplaudió los impuestos directos frente a los indirectos, en contra de los economistas liberales clásicos, y también el crecimiento de la deuda pública, que los liberales apoyaron en vez de reducir un gasto público que no hizo sino crecer, hasta hoy.

Los liberales podrán derramar emocionadas lágrimas ante la idea de Figuerola de dejar «la elección de las formas bancarias al interés individual, que sabrá elegir las mejores, según las condiciones y circunstancias de tiempo y de localidad». Acierta Jesús Huerta de Soto al decir que la declaración es de un liberalismo impecable, que «ni siquiera los propios Mises y Hayek podrían haber efectuado de manera más correcta y precisa». Pero al final no se hace, al final mucho liberalismo y poca libertad, especialmente en el campo monetario. En 1874 se fusionan a la fuerza los bancos emisores provinciales con el Banco de España, al que se concede el monopolio de emisión de billetes en todo el país. A cambio, lógicamente, de más dinero para el Estado.

Y la historia se repite: el Estado siempre gasta los recursos que tiene y más, incluso si son extraordinarios, como los de la desamortización (o la burbuja inmobiliaria), y maneja sus exacciones conforme a los vaivenes de la opinión pública, confiando siempre en que el crecimiento económico aumente la recaudación.

Ya hubo entonces intentos de secesión por parte de ciertos políticos catalanes y muchas perturbaciones políticas. Pero Figuerola insistió en 1869: «Que sepa el público entero de la España que hay librecambistas en Cataluña».

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

4 razones que explican por qué la Reserva Federal no subió la tasa de interés

Por Adrián Ravier: Publicado el 15/10/15 en: http://fortunaweb.com.ar/2015-10-15-168427-4-razones-que-explican-por-que-la-reserva-federal-no-subio-la-tasa-de-interes/

 

Tras la crisis supbrime y la “gran recesión” de 2008, la Reserva Federal de los Estados Unidos decidió bajar la tasa de interés nominal de corto plazo al 0 por ciento. Ben Bernanke, el Presidente de la Fed en aquel momento y artífice de la recuperación económica de los años siguientes, afirmaba que la tasa de interés permanecería en esos niveles hasta que el nivel de desempleo -que había tocado el 10 % en 2009-, volviera a valores inferiores al 6 %.
El gráfico No. 1 muestra la continua y persistente baja en el desempleo desde enero de 2010 a la fecha, con un último dato alentador en la tasa de desempleo en el 5,3 %.

Gráfico No. 1: Desempleo en Estados Unidos (2010-2015)
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Fuente: Libertad y Progreso, en base a datos del Departamento de Trabajo.

¿Por qué entonces la Fed volvió a evitar una suba en la tasa de interés? Hay al menos tres respuestas que se sintetizan en los siguientes gráficos.
El primer factor lo representamos en el gráfico No. 2, ya que si bien la economía se ha recuperado de la crisis subprime -y contribuyó a ello el desinfle de la burbuja inmobiliaria- las tasas de crecimiento no son lo suficientemente elevadas para suponer que se pueden eliminar todos los estímulos monetarios y fiscales.

Gráfico No. 2: Producto Bruto Interno en Estados Unidos (2006-2015)
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Fuente: Libertad y Progreso, en base a Departamento de Comercio.

Hay temor en varios de los miembros que tienen la responsabilidad de la toma de decisiones en la Fed que la suba en la tasa de interés implicará ante los empresarios un cambio de ciclo, lo que implica un cambio en las expectativas que pueden conducir a la economía americana a un estancamiento duradero, o incluso a una nueva recesión.
El segundo factor es que la Fed siempre sube la tasa de interés de referencia cuando observa que se acelera la inflación. El gráfico No. 3, sin embargo, muestra claramente que la inflación está contenida y que, incluso, hay riesgo de deflación.

Gráfico No. 3: Indice de Precios al Consumidor en Estados Unidos (2011-2015)
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Fuente: Libertad y Progreso, en base a Fed.

Como tercer factor, debemos mencionar la tasa de interés natural. El gráfico No. 4 surge de un trabajo que elaboramos junto al Dr. Erwin Rosen, donde explicamos que la causa de la crisis subprime es el desvió que provocó la Fed en la tasa de interés de referencia respecto de su nivel natural. Fue precisamente entre 2001 y 2004 cuando se gestó el boom del mercado inmobiliario, según muestran también la evolución de los permisos de construcción.

Gráfico No. 4: Tasa de interés de la Fed vs Tasa de interés natural (2000-2006)
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Fuente: Rosen y Ravier, The Natural Rate of Interest Rule, QJAE (2014)

Sin embargo, hoy la situación es diferente, ya que la tasa natural de interés, según las estimaciones de Laubach y Williams (2015), está precisamente en el 0 %, por lo que no habría desvío como el que provocó la “gran recesión”.

Gráfico No. 5: Estimación de la tasa de interés natural (1980-2014)
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Fuente: Laubach y Williams, The Decline in the Natural Rate of Interest (2015)

El propio Ben Bernanke parece favorecer en sus últimos estudios publicados en su blog tanto el seguimiento de esta regla de fijar la tasa de interés en su nivel natural, como también la estimación de que la tasa de interés natural está hoy en el mismo nivel de la tasa de interés de la Fed.
A estos tres factores se suma un contexto internacional complejo, especialmente tomando en cuenta el escenario de desaceleración económica en China, que es el principal socio comercial de los Estados Unidos. El gráfico No. 6 muestra la evolución del PIB en China, que se completaría con pronósticos para 2016 y 2017 con tasas de crecimiento inferiores al 7 %.

Gráfico No. 6: PIB en China (2007-2015)
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Fuente: Libertad y Progreso, en base a NBS.

A medida que China reduce su ritmo de crecimiento, más difícil parece que Estados Unidos pueda mostrar las tasas de crecimiento económico que auguren las esperadas subas de tasas.
Los analistas deberían dejar de pronosticar la suba en la tasa de interés de referencia, al menos hasta que cambie alguno de estos cuatro factores señalados.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

 

 

Tres razones para desinflar la burbuja del Estado

Por Adrián Ravier: Publicado el 11/8/15 en: http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2015/08/11/tres-razones-para-desinflar-la-burbuja-del-estado/

 

Cuando los historiadores económicos se refieren a las grandes crisis económicas del siglo XX -y lo que va del siglo XXI- identifican cada caso con una burbuja. En la crisis de los años 1930, por ejemplo, los historiadores observaron burbujas bursátiles e inmobiliarias. La crisis dot-com de 2001 en Estados Unidos fue la burbuja bursátil de las acciones relacionadas a internet. La gran recesión de 2008, también en Estados Unidos, fue el desenlace de la burbuja inmobiliaria gestada desde fines de 2001. La crisis europea actual fue la de una burbuja inmobiliaria, seguida de una burbuja del gasto público que se ha pinchado en varios países, pero queda aún una brecha importante por corregir. Vale aclarar que las economías solo lograron recuperarse de las distintas crisis mencionadas cuando las burbujas se terminaron de desinflar y emprendieron un proceso de formación de capital a través del ahorro y la inversión.

En la Argentina de hoy la crisis que viene será asociada a la burbuja del gasto público, que se fue gestando desde 2003 y especialmente a partir de los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, con sucesivos planes y programas.

Sin ánimo de ser exhaustivo, aunque presentados cronológicamente, recordamos ya en agosto de 2003 el Plan Manos a la Obra de Néstor Kirchner, seguido por la prolongación del Programa Remediar, la creación del Museo de la Memoria, el Plan Federal de Salud, el Plan Nacer Argentina, el Plan Espacial Nacional, el Programa de Becas del Bicentenario, el Programa de Apoyo de Infraestructura Universitaria, el Programa Argentina Trabaja, Fútbol para Todos, la asignación universal por hijo, el Fondo del Bicentenario para pagar la deuda externa, el Programa Conectar Igualdad, el Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario, Pakapaka, Tecnópolis, la recuperación de YPF, Procrear, el Programa Sumar (que fue una ampliación del Programa Nacer) o el Plan Raíces, entre otros.

Tres críticas presentamos los economistas a estos programas.

En primer lugar, que varios de estos programas y planes no se presentan como temporarios -mientras duró la crisis de 2002, con más de un 50 % de pobres y más de un 20 % de desempleados-, sino como continuos, garantizando a mucha gente una serie de ingresos que perdurarán en el tiempo. Esto evita que los beneficiarios tengan incentivos para buscar por sí mismos la generación de ingresos que les permitan abandonar esta dependencia del Estado. Más grave aún ha resultado el caso en que muchas personas rechazan posibilidades de trabajo para no perder un plan del Gobierno.

En segundo lugar, preocupa la sustentabilidad del gasto público total, el que no puede mantenerse aun con la mayor presión tributaria de la historia argentina, requiriéndose ahora de emisión monetaria para cubrir la brecha entre ingresos y gastos, y sometiendo a toda la población a niveles elevados de inflación. Axel Kicillof inició un proceso de ajuste por la vía de la inflación, pero el costo político de su sucesor será elevado, lo que puede implicar problemas de gobernabilidad para quien ocupe el sillón de Rivadavia en 2016.

En tercer lugar, desconocer que mucho de lo que estos programas hacen el mercado podría hacerlo por sí solo y de manera mucho más eficiente. Esto se vincula con el primero de los puntos planteados. Basta observar a nuestros países vecinos, con niveles de desempleo y pobreza radicalmente inferiores a los de Argentina, para comprender el daño que estos planes y programas le hacen a la población. Esto se vincula al debate que la Presidente ha querido abrir en distintos discursos -sobre qué Estado queremos-, pero al que nadie de la oposición atendió. Personalmente, pienso que el objetivo final debería ser que los argentinos tengan trabajo, ingresos propios, y a través de ese ingreso y el acceso a crédito puedan adquirir su casa, su auto o incluso pagar por los bienes y los servicios que deseen consumir, sean estos remedios, computadoras o incluso fútbol. En la medida en que esto se vaya logrando, el Estado debería ir reduciendo su tamaño, desmantelándose muchos de los programas y los planes o también los ministerios y las secretarías que este Gobierno ha creado. Que en esta “década ganada” el proceso haya sido contario a este ideal es una muestra de que hemos tomado el camino inverso al deseado. Que Daniel Scioli esté pensando hoy en crear nuevos ministerios y secretarías también es un camino opuesto al deseado.

Los economistas no exigimos un cambio hacia la anarquía y la desaparición inmediata de todos los planes sociales y programas, y menos aún en las condiciones de la Argentina en 2002 o 2003, sino un llamado de atención a los excesos de gasto que el kirchnerismo ha iniciado y el costo político y social que puede implicar revertir este proceso.

Tal como ocurrió en sucesivas crisis económicas, la Argentina no podrá retornar al crecimiento hasta que desinfle la burbuja del gasto público. Si la fase de desarrollo requiere inversión, como definió recientemente Miguel Bein -el asesor principal de Daniel Scioli-, y como sostiene también el equipo económico de Mauricio Macri, debemos tomar conciencia de que nadie querrá invertir en un país que mantiene un nivel de gasto público en torno al 50 % del PIB, con una inflación que supera -al menos- el 20 %, cuya presión tributaria es récord de todo el continente y que aún mantiene un déficit fiscal del 7 %-8 % del PIB.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

¿Es el crecimiento de América Latina una nueva burbuja?

Por Adrián Ravier. Publicado el 26/10/12 en http://economiaparatodos.com.ar/ver_nota.php?nota=4071

Desde el abandono definitivo del Patrón cambio oro en 1971 por la declaración de inconvertibilidad entre el dólar y el oro del Presidente Nixon, el mundo está gobernado por lo que denominamos un sistema de bancos centrales y dinero “fiat”, señalando con este último término que el respaldo de los billetes que circulan en todas las economías es simplemente la “confianza”.

Muchos hoy critican a Estados Unidos por imponer un impuesto inflacionario a nivel global, lo que se refleja en el aumento de precios de bienes reales, como bienes inmobiliarios, oro y otros commodities, pero lo cierto es que los otros países no han sabido generar otras monedas más estables que la americana.

 Hoy nos vemos entonces enmarcados en lo que podemos denominar un “Patrón Dólar”, si atendemos que la mayoría de las monedas en todo el mundo –además de pequeñas cantidades de oro, tienen como reserva una cantidad de divisas, donde el dólar siempre predomina.

 Estados Unidos ha sufrido en las últimos años las consecuencias que uno prevee desde la teoría monetaria para un banco central que expande masivamente el crédito. Muchos apuntaron a los fraudes contables de Enron y Worldcom como responsables de la crisis dot-com de 2001, pero lo cierto es que la causa de esa crisis, la podemos encontrar en la década de 1990, con una inyección de dinero excesiva que se canalizó hacia las acciones de las empresas relacionadas con internet, especialmente aquellas que cotizan en el NASDAQ. La pérdida económica que ocasionó entonces el derrumbe de Wall Street fue cercana a los 7 billones de dólares en sólo un año, lo que equivalía en ese momento a todo el PIB de la Unión Europea, o al 80 % del PIB de Estados Unidos.

 La crisis tuvo su impacto en el empleo, lo que hizo que la Fed –haciendo caso de las recomendaciones de Paul Krugman-, decidieran crear la burbuja inmobiliaria para dejar atrás la burbuja del NASDAQ. Así lo hizo Alan Greenspan, mantiendo la tasa de interés en torno al 1 % entre fines de 2001 y mediados de 2004, lo que dio lugar a la creación de la burbuja inmobiliaria más grande que haya conocido la historia de la humanidad.

 Desde luego que esa tasa de interés no podía mantenerse en esos niveles sin sufrir un impacto inflacionario, lo que hizo que Alan Greenspan decidiera subir la tasa de interés unas 17 veces consecutivas, un cuarto de punto, hasta llegar a una tasa de interés del 5.25 %. Esta acción generó el derrumbe de esta burbuja inmobiliaria, la que comprometió no sólo a empresas de la construcción o inmobiliarias, sino también a automotrices y especialmente bancos y aseguradoras de riesgo.

 El desplome de esta burbuja pudo haber mostrado un desempleo similar al de la gran depresión de los años 1930, sino fuera por las acciones conjuntas de Obama y Bernanke a través de la política fiscal y monetaria, para crear empleo a cualquier costo. Lo que aun resta definir es el impacto de largo plazo de estas políticas, pues la deuda está tomando niveles récord, y muchos analistas anticipan un proceso inflacionario para los próximos años.

 Hoy China es la fábrica del mundo. Un flujo millonario de dólares llega a China para aprovechar los menores costos salariales, y desde allí fabricar y exportar productos al mundo en desarrollo y también al mundo desarrollado. En este proceso, millones de personas abandonan el campo y se concentran en las ciudades. Surge una clase media que poco a poco incrementa los niveles de consumo. Sin embargo, el milagro chino sólo explica parcialmente el aumento de precios, pues acompaña a este proceso una inyección de dinero tanto de parte del banco central chino, como del la Reserva Federal, que inunda al mercado de liquidez con su consecuente impacto inflacionario.

 Cuánto del aumento de precios que vemos en los commodities es real, y cuánto es nominal o monetario, es algo que todavía los economistas no han podido explicar. Lo cierto es que la respuesta a esa pregunta puede ayudarnos a definir si el crecimiento de América Latina se va a sostener o no en el tiempo.

 ¿Es el milagro chino una burbuja? ¿Es América Latina una burbuja? Estamos observando hoy lo que Hans Sennolz denominó en uno de sus famosos libros “La Era de la Inflación” y no está claro que desde dentro del sistema de bancos centrales con dinero fiat, las reglas monetarias pueden detener la espiral inflacionaria.

 No intento con esto enviar un mensaje apocalíptico, pero es necesario señalar que el capitalismo necesita de un dinero sano para favorecer un desarrollo continuo, sostenido o genuino. Bienvenido el debate republicano sobre un posible retorno al oro.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.