Apertura de la economía: no es instrumento antiinflacionario

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 29/1/17 en: http://economiaparatodos.net/apertura-de-la-economia-no-es-instrumento-antiinflacionario/

 

La apertura de la economía no tiene por objeto frenar la inflación, es un instrumento para mejorar la eficiencia de la economía

La semana pasada el ministro de Producción, Francisco Cabrera, afirmó que el Gobierno estudia abrir las importaciones para generar «competencia» y frenar una suba de precios. Específicamente argumentó: «Si esto fuera así (que se verifique aumentos de precios), vamos a incentivar la competencia. Hay básicamente tres herramientas para hacerlo, y la que es a corto plazo y mucho más efectiva, es la competencia por el comercio internacional, es decir, la apertura para que se compita con artículos importados cuando se dispara algunos precios en el mercado interior«.

Este tipo de argumento ya fue esgrimido por el kirchernismo en su momento. El 21 de marzo de 2013, Cristina Fernández daba sus acostumbrados discursos en la Casa Rosada y amenazó con abrir las importaciones para bajar los precios ( http://clar.in/2k5M4Eg ). Más allá de usar el mismo tipo de patéticos argumentos para contener la inflación que en su momento le critiqué a los k, no sería intelectualmente serio de mi parte, criticar esa amenaza cuando lo usaba el kirchnerismo y callar o aprobarla cuando la usa el PRO.

La apertura de la economía no tiene por objeto frenar la inflación. Ese es un problema monetario. La apertura de la economía es un instrumento para mejorar la eficiencia de la economía, generar más competitividad e inversiones y aumentar el ingreso real de la población. Con la apertura de la economía la gente accede a bienes de mejor calidad y a precios más bajos, con lo cual se beneficia el consumidor. En consecuencia abrir la economía nunca debe ser una amenaza para frenar la inflación, al contrario es un beneficio para el consumidor.

Dado que una economía cerrada deja al consumidor con menos opciones para comprar, siempre es expoliado por el empresario protegido que le vende a precios más caros productos de baja calidad. En la Argentina lo podemos ver con los celulares, computadoras e infinidad de otros productos.

¿Cuál es el mensaje del ministro de producción a los productores locales? Yo los dejo seguir explotando a los consumidores vendiéndoles productos más caros y de baja calidad, pero no los suban todo el tiempo porque los hago competir. En otras palabras, roben con moderación.

Obvio que antes de abrir la economía y empezar a competir, el gobierno tiene que bajar los impuestos, la carga tributaria sobre la nómina salarial, no toquetear el tipo de cambio y hacer todas las reformas económicas necesarias para de manera tal que las empresas locales puedan competir en igualdad de condiciones con los productores de otros países. Pero eso tiene que ver, insisto, con la necesidad de mejorar la productividad de la economía, no con la inflación. Así como anclar el tipo de cambio para frenar la inflación no es un instrumento idóneo, abrir la economía con el mismo objetivo tampoco lo es. Es confundir para qué sirve cada herramienta.

Por otro lado, de nada contribuye a pacificar el país y cerrar la grieta, como dice el gobierno tener como objetivo, si se insiste en enfrentar a diferentes sectores de la sociedad. Si el gobierno señala con el dedo acusador a los productores locales de aumentar los precios, el mensaje que le envía a la gente es: la culpa de la inflación la tienen los empresarios cuando en rigor es un problema monetario.

Por otro lado, que un burócrata defina qué es un precio justo es un disparate conceptual. Grosero error pensar que los precios surgen de sumar costos y agregarle un margen de utilidad. Los precios son el resultado de las valoraciones de millones de consumidores. Son los consumidores que deciden qué precio máximo están dispuestos a pagar y en base a ese precio que el consumidor le fija al productor, éste determina los costos en los cuales pueden incurrir (materias primas, salarios, tasa de interés, etc.). Obviamente, si el gobierno cierra la economía lo que hace es reducir artificialmente la oferta y, por lógica consecuencia, aumentar el precio si la demanda se mantiene constante. Ese es el punto que tiene que atacar el gobierno para mejorar el nivel de ingresos de la sociedad. Abrir la economía, previas reformas estructurales, para generar más competencia y de esta forma, que los consumidores puedan acceder a productos de mejor calidad y precios más bajos.

Por último, no veo que el gobierno esté en condiciones de opinar demasiado sobre aumentos de precios cuando los municipios y las provincias incrementan los impuestos inmobiliario y alumbrado barrido y limpieza muy por encima de la inflación. Pareciera ser que aumentar el “precio” de mantener un estado ineficiente está bien y que si los empresarios, también por ineficientes aumentan sus precios, está mal. Los dos pueden subir los precios amparándose en la falta de libertad. El empresario gracias al proteccionismo y el estado gracias al monopolio de la fuerza que le delegamos.

En síntesis, el gobierno necesita urgente tener un norte de ideas para poder salir de la herencia recibida, de lo contrario seguirá cometiendo errores como este de creer que la apertura de la economía es un instrumento antinflacionario cuando en rigor es un instrumento de competitividad. El mismo grosero error con que amenazaba el kirchnerismo.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE

Si hay avalancha importadora, no habrá recesión

Por Iván Carrino. Publicado el 30/6/16 en: http://www.ivancarrino.com/si-hay-avalancha-importadora-no-habra-recesion/

 

En el afán de criticarlo todo, o defender sus intereses particulares, muchos referentes y analistas dejan de lado principios básicos de razonamiento económico.

Hace dos días fui invitado a participar de un debate en la pantalla de C5N. El tema principal era la economía en el segundo semestre, algo que nuevamente divide a analistas, políticos y economistas. Durante el debate, donde también estuvieron Agustín D’Attellis y Leo Bilanski, escuché algo que me llamó poderosamente la atención. En concreto, la afirmación de que el nuevo modelo económico hará caer la demanda y, al mismo tiempo, amenazará la supervivencia de las empresas porque permitirá una “avalancha importadora”.

Al escuchar el argumento en vivo, mi respuesta rápida fue la siguiente: si hay caída de la demanda, no hay avalancha importadora. O lo que es lo mismo, si hubiera una avalancha importadora, eso es reflejo de que hay más, y no menos, demanda.

Esta mañana abrí El Cronista y me encontré con lo mismo. La Unión Industrial Argentina divulgó un informe donde muestra la mala performance del sector en los primeros meses del año y acusa principalmente a la competencia de las importaciones, que (en cantidades) crecieron 10,5% anual de enero a mayo.

En uno de los párrafos citados por el matutino económico, se afirma:

Se presentó un informe que expuso el incremento de las importaciones en un contexto de caída de actividad y consumo

La Unión Industrial Argentina, por defender sus intereses económicos, cayó en el mismo error que comentábamos al inicio. Sostener, al mismo tiempo, que hay un incremento de las importaciones y una caída del consumo.

La afirmación es una contradicción. Llevemos el tema a una simple economía familiar. En una casa de familia, las importaciones representan todo lo que la familia compra porque no puede producir puertas adentro. Así, cuando uno de sus miembros va al supermercado a adquirir un paquete de arroz, está “importando” ese paquete de arroz. Ahora dicha importación refleja automáticamente un aumento del consumo. En definitiva, ¿para qué vamos a comprar arroz si no es para hacer uso de él? Así, es evidente que no podemos hablar de un aumento de las importaciones y una caída del consumo al mismo tiempo.

Del ejemplo anterior se extrae otra cosa: que tampoco puede hablarse de recesión (caída de la producción) si al mismo tiempo hay una “avalancha de importaciones”. Es que lo que nuestra familia compra en el supermercado tiene que pagarlo con dinero y, para conseguir ese dinero, tendrá que producir algo y venderlo en el mercado. Mayores compras externas, entonces, reflejan que o bien estamos produciendo más, o bien que estamos vendiendo (exportando) más. Si este no fuera el caso, no tendríamos con qué pagar el aumento en las compras.

Ahora bien, algo que sí podría pasar es que los argentinos decidan consumir menos productos de fabricación nacional a cambio de productos importados. Así, “el consumo” no cae, sino que migra desde proveedores nacionales a proveedores extranjeros. Si éste fuera el caso, a priori no habría nada que objetar. Si los consumidores eligen productos importados, será porque éstos satisfacen mejor sus deseos, tanto en calidad como en precio.

Ahora bien, si se quisiera que nuestra industria fuera más competitiva, es claro que la respuesta no pasa por cerrar la importación o dar subsidios, sino por reformar estructuralmente la economía del país. Es decir: reducir el gasto público, bajar los impuestos y desregular mercados.

Otro latiguillo de los corporativistas de la UIA es el desempleo. Según el artículo citado, si “no baja el ritmo de productos ingresados del exterior, comenzará a resentirse el empleo”. Esta afirmación es una mera amenaza carente de sustento.

En mi libro Estrangulados analizo el desempleo en el amplio grupo de países que ocupan los 10 primeros puestos en Apertura Comercial del mundo. La tasa promedio de desocupación en todos ellos es de 9,4%, un número no bajo, pero lejos de representar niveles críticos. Ahora lo interesante es que dentro del grupo hay países con tasas realmente bajas como Hong Kong, Suiza o Singapur, con desempleos del 3,2%; 3,3% y 1,9%.

Evidentemente, nada tiene que ver la apertura comercial con la desocupación.

Ahora lo que sí tiene que ver con la apertura es la riqueza de las naciones.

Los países más abiertos al comercio del mundo tienen un PBI per cápita promedio de USD 41.000, mientras que los menos abiertos promedian los USD 7.700, una diferencia de 5,3 veces a favor de los que abrazan la globalización.

En los primeros cinco meses del año las importaciones en cantidades crecieron 10,5%. Cierto. Pero el aumento fue contrarrestado con una suba de 12,9% en cantidades exportadas, algo que los intervencionistas de siempre se olvidan de mencionar.

Ahora el punto en discusión es más amplio: ¿Queremos seguir viviendo en una economía cerrada al mundo, hiperintervenida y con 30% de pobreza como el promedio de los últimos 30 años? ¿O queremos un país abierto, con crecimiento sostenible y reducción de la pobreza como sucede en el resto del mundo que abraza la globalización?

Este es el punto más importante, más allá de las graves incoherencias lógicas que contienen los argumentos estatistas de siempre.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Bajar impuestos, sí, se puede

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 7/2/16 en: http://www.libremercado.com/2016-02-07/carlos-rodriguez-braun-bajar-impuestos-si-se-puede-78052/

 

Un argumento que los políticos del PP repitieron en 2015, y con especial insistencia en tiempo de elecciones, es que como los ingresos tributarios han subido, ahora sí se puede bajar los impuestos. Antes, en cambio, no se podía. Y el ministro Montoro añadió:

Si todos pagásemos los impuestos que tenemos que pagar, se podrían bajar más rápidamente.

Esto es absurdo, porque bajar los impuestos, independientemente de que se deba hacer o no, lo que dependerá del liberalismo de las autoridades, es algo que siempre se puede hacer, y más aún si el partido en el Gobierno cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento.

Es decir, cuando los políticos del PP subieron los impuestos, lo hicieron porque les pareció que a ellos mismos les convenía más hacerlo que no hacerlo, porque no hacerlo, dada la situación del déficit público por la caída de la recaudación, les habría obligado a reducir realmente de manera muy apreciable el gasto público. Y eso, de lo que les acusan sus enemigos sin razón alguna, es algo a lo que no estaban dispuestos: querían mantener el gasto, y por tanto se lanzaron al saqueo del contribuyente, en ese momento y para el futuro, puesto que irresponsablemente hipertrofiaron la deuda pública llevándola hasta el 100% del PIB.

Esa política fue un desastre, no sólo por la violación de la libertad de los ciudadanos, sino porque profundizó la recesión, castigó todavía más a los españoles y dificultó los esfuerzos de éstos para reajustarse y preparar a la economía para la recuperación. Pero incluso los partidarios del PP, incluso los que creen que su política fue buena, incluso ellos deberán reconocer que cuando el PP subió los impuestos no fue porque no podía hacer otra cosa, sino porque eligió esa alternativa.

Lo mismo sucedió cuando Rajoy anunció que iba a bajar los impuestos: no fue porque no podía hacer otra cosa, sino porque le convenía políticamente, porque la recuperación aumentaba la recaudación y le permitía mantener o incluso aumentar el gasto público. Otra vez, fue una opción, y la escogió pensando en sus intereses políticos.

Lo del ministro Montoro es la típica maniobra antiliberal de desvincular al poder de cualquier responsabilidad y trasladarla a sus víctimas, asumiendo que si no bajan más los impuestos no es porque el poder no lo desee sino por culpa de unos indeseables cuyos bienes el poder aún no ha podido usurpar en grado suficiente.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.