LAS TRES ETAPAS DEL AVANCE DEL ESTADO

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 12/7/15 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2015/07/las-tres-etapas-del-avance-del-estado.html

 

(De un ensayo de próxima aparición).

  1. Las tres etapas del avance del estado.

El principio de subsidiariedad (PS), la iniciativa privada y las libertades individuales consiguientemente protegidas, sufrieron una negación y una involución progresiva que podríamos señalar en tres etapas.

  1. a) El estado-nación legislador del s. XIX.

Fruto del positivismo, que en lo social Hayek llama constructivismo[1], los estados-nación racionalistas europeos de fines del s. XIX (Francia, Italia), con copias en Latinoamérica (México, Uruguay, Argentina), avanzaron sobre temas de educación, salud pública y matrimonio, con la intención de educar y proteger al ciudadano en tales áreas mediante lo que la ciencia podía proporcionar. La educación pública obligatoria tenía por misión educar en las ciencias y letras básicas el futuro ciudadano ilustrado[2] y secularizado; la medicina se divide en legal e ilegal, y en la primera el estado avanza en la salud pública. En materia de matrimonio y familia los estados avanzan quitando el cuasi-monopolio que las comunidades religiosas mantenían en esas áreas. Comparado con lo que vino después, fue un positivismo ingenuo y un laicismo moderado (laicismo como esencialmente diferente a la sana laicidad)[3]. Los estados educaban en cosas que hoy consideraríamos “buenas” tales como ciencia básica, lecto-escritura, matemáticas, etc., y los hospitales públicos se regían por una medicina científica relativamente des-ideologizada. Las comunidades religiosas toleraron al principio y aceptaron luego esta situación sin sospechar lo que vendría después.

  1. b) El Welfare State.

Como fruto de la crisis del 29 y la progresiva crítica y desconfianza a un liberalismo “individualista”, surge más o menos a mitad del s. XX el convencimiento generalizado de que los gobiernos centrales deben ofrecer bienes públicos en materia de salud, medicina, educación e información, respondiendo ello a lo que serían los derechos de segunda generación (a la salud, la vivienda, la educación, la seguridad social, etc.) muchos de los cuales fueron explícitamente escritos en diversas reformas constitucionales[4]. Luego de la 2da. guerra, este avance del estado convive con formas republicanas en EEUU (el New Deal) y en Europa (el Estado Providencia) o con sistemas más autoritarios, como el primer peronismo en Argentina, de orientación claramente fascista en el sentido técnico del término. Los estados, con toda lógica, proveen salud, educación, seguridad social e información, según los criterios del estado, por supuesto. Pocas voces, como Mises y Hayek, advierten los peligros para los derechos personales[5], pero no son escuchadas. Diversas religiones aceptan de buena gana el sistema, convencidas de la crítica al liberalismo y de la necesaria intervención del estado para proteger a los menos favorecidos por la lotería natural de recursos, como diría Rawls[6]. Claro, esto siempre que los gobiernos no quisieran imponer coactivamente cuestiones que violaran la libertad religiosa, pero al principio, dadas las costumbres de la época, ello no parecía ser un problema. Los católicos argentinos tuvieron una primera advertencia cuando Perón se enfrentó con la Iglesia en su 2do. mandato, pero luego los militares católicos que lo derrotaron utilizaron los mismos instrumentos estatales para imponer la “sana doctrina” y lo que algunos autores llaman “el mito de la nación católica”[7]. Mientras tanto, el PS y las libertades individuales brillaban por su ausencia, ya despreciadas estas últimas como la mera expresión ideológica de un capitalismo supuestamente incompatible con lo religioso.

  1. c) Las nuevas ideologías autoritarias.

El escándalo se produce cuando nuevas ideas, casi inconcebibles mundialmente en los 30 y los 40, amanecen en el horizonte para ser impuestas desde el estado, violentamente enfrentadas con lo religioso, como una nueva etapa de laicismo radical. Ellas son:

  1. Que el sexo es una identidad que el individuo se coloca a sí mismo con total autodeterminación.
  2. Que el aborto y los anticonceptivos son derechos que todo individuo tiene derecho y obligación de recibir.
  3. Que el matrimonio homosexual (y obviamente disoluble) es otro derecho de igual naturaleza que los anteriores.
  4. Que ya no hay derecho a la libertad de expresión, sino derecho a la información objetiva, que el estado debe proveer, contrario a las manipulaciones comunicativas de las corporaciones privadas.
  5. Que los planes y programas de estudios, especialmente los primarios y secundarios, ya privados o púbicos, deben enseñar obligatoriamente 1, 2 y 3;
  6. Que las instituciones de salud, ya privadas o públicas, deben proveer de manera coactiva y obligatoria el punto 2,
  7. Que todo desacuerdo con todos los puntos anteriores es un acto de discriminación que debe ser penalmente prohibida.

¿Por qué hemos llamado a todo lo anterior “ideologías autoritarias”? Porque su problema no radica principalmente en el contenido de lo que proponen. En una sociedad libre, con derecho a la libertad de expresión, enseñanza, asociación e intimidad, los que quieran pensar como el punto 1 y el 2 (el aborto ya es otro tema pues está en juego el derecho a la vida), etc., tienen todo el derecho legal a hacerlo: tienen derecho a la libertad de expresión y derecho a la intimidad personal. El problema radica en su imposición global a través de los instrumentos del estado, instrumentos legales que ya habían quedado perfectamente preparados en las fases a y b. Pero las comunidades religiosas, durante las fases a y b, no advirtieron el problema. Habiendo aceptado muchas de ellas el estado providencia y los derechos de 2da. generación, denigrando al mismo tiempo a las libertades individuales como pertenecientes a un liberalismo individualista y agnóstico, más que como emergentes necesarias del PS, quedaron indefensas ante la tercera fase.Ahora reclaman sus libertades, cuando ya es casi muy tarde. Ahora reclaman la libertad de conciencia pero no tendrían problema en volver a un estado providencia cuando este último vuelva a “portarse bien” en esas materias. Eso las desautoriza ante la opinión pública, por un lado, y las ha vuelvo con-causa de esta nueva oleada de laicismo autoritario que ahora critican con tanto vigor.

 

[1] “Los errores del constructivismo”, en Nuevos Estudios, op.cit.

[2] Zanotti, Luis J.: Etapas históricas de la política educativa, Eudeba, Buenos Aires, 1972.

[3] Nos referimos a la noción de sana laicidad manejada sobre todo por Pío XII y Benedicto XVI. Sobre este tema ver Santiago, A.: La relevancia cultural, política y social de la religión en los albores del s. XXI, Academia Nacional de Ccias. Morales y Políticas, Buenos Aires, 2015.

[4] Sobre este tema ver Bidart Campos, G.J.: Las obligaciones en el derecho constitucional, Ediar, Buenos Aires, 1987.

[5] Mises, en La Acción Humana (Sopec, Madrid, 1968) y Hayek en Camino de servidumbre (Alianza, Madrid, 1977) yLos Fundamentos de la Libertad (Unión Editorial, Madrid, 1975).

[6] Nos referimos a su clásico Theory of Justice, Harvard University Press, 1971.

[7] Irrazábal, G.: Iglesia y Democracia, Ediciones Cooperativas, Biblioteca Instituto Acton, Buenos Aires, 2014.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Una solución china para Malvinas

Por Martín Krause. Publicado el 14/5/12 en http://www.lanacion.com.ar/1473014-una-solucion-china-para-malvinas

Si el pasado 2 de abril el 30° aniversario de la Guerra de Malvinas sacudió a los argentinos más que otros años, el tema continuará llamando su atención por más tiempo, ya que en 2013 se cumplirán 180 desde que el comandante James Onslow desplazó de las islas al gobernador Luis Vernet. Todo gobierno argentino saca a relucir el tema de tanto en tanto, más cuando están en problemas, pero es poco lo que han logrado. El principio de la soberanía originada en la primera ocupación se enfrenta con el de la autodeterminación de sus habitantes y no parece haber ninguna idea nueva que permita salir del atolladero.

Por eso, tal vez es un buen momento para plantear una idea osada, que a muchos parecerá ridícula o imposible, pero que, ante la falta de ideas nuevas y frescas, tal vez no lo sea más que el mero llamamiento a negociar cuando ya todo ha sido dicho y cada lado se aferra a sus argumentos.

Esa idea es aprender de Hong Kong, otra colonia británica. La isla quedó en manos inglesas a perpetuidad a partir de la Guerra del Opio. Tras la segunda guerra del Opio, en 1860 ese territorio se amplió a la península de Kowloon, y en 1889 se firmó un convenio de locación por 99 años por la isla de Lantau y territorios adyacentes que se llamaron Nuevos Territorios. Cuando se aproximaba la fecha de expiración del contrato, los gobiernos de China y el Reino Unido acordaron el traspaso a China de todo lo que ahora llamamos Hong Kong, que sería considerada una zona administrativa especial y mantendría sus leyes y un buen grado de autonomía por 50 años bajo una constitución llamada ley básica.

El primer elemento de la propuesta tiene que ver con el tiempo. La primera lección por sacar del ejemplo anterior es que hay que tener paciencia «china» y que ésta a la larga brinda sus frutos, sobre todo, porque alivia de las responsabilidades políticas a quienes se vean en la tarea de firmar los acuerdos. Pensemos en un acuerdo cuyo proceso final tenga una fecha dentro de 50 años, suficiente como para que ya no estemos aquí todos los que podamos discutir el tema ahora.

Pero el tiempo solo no es suficiente, ya que hay que generar intereses para que todas las partes estén dispuestas a llegar a un acuerdo, o por lo menos a no resistirse. Y es allí donde la idea de Hong Kong, o de la generación de una free city, puede resultar un aporte nuevo.

La idea de las free cities tiene una larga tradición, pero una versión moderna comenzó con Paul Romer, profesor de desarrollo económico en la Universidad de Stanford, que las denominó charter cities. Su propuesta era permitir el origen de nuevas reglas que favorezcan el progreso a partir de acuerdos que podrían realizar los países para que una cierta región ofrezca reglas de calidad en el modelo de Hong Kong o Singapur. En particular, en relación al primero Romer entendió que hubo un acuerdo allí entre China y el Reino Unido, que dejó en manos de este último el establecimiento de esas normas en ese pequeño enclave en la costa de China.

Luego de la revolución maoísta, la frontera con el continente estaba cerrada y el comercio de esa pequeña ciudad languidecía. Hasta que apareció Sir John James Cowperthwaite. Escocés, graduado de Cambridge, había sido designado como un funcionario de menor grado en Hong Kong, en 1941, pero no pudo llegar por la guerra hasta 1945. Al poco tiempo de asumir, se dio cuenta de que los refugiados estaban progresando sin ninguna sombra por parte del gobierno. Fue nombrado secretario de Hacienda en 1961, cargo que ocupó por diez años. Mantuvo la tasa sobre el impuesto a las ganancias en un 15% y una cobertura del 100% de reservas en libras esterlinas para la moneda local, algo que nunca hizo público. Incluso rechazó elaborar estadísticas «por miedo a que luego se quisiera hacer algo con ellas».

Reformó el servicio civil y lo volvió tremendamente eficiente, limitándolo a unas pocas tareas. Hong Kong se volvió un lugar atractivo para desarrollar la iniciativa empresarial, sus habitantes comenzaron a desarrollar productos que luego harían famoso el made in Hong Kong, llegó la inversión y la economía comenzó a crecer al 9% anual. El PIB per cápita alcanzó en 2010 la cifra de 47.130 dólares, frente a los 7570 de China.

Romer tomó ese ejemplo para proponer algo similar en Guantánamo, sugiriendo que quedara en manos de Canadá o de una serie de países que fueran «accionistas», incluida Cuba, y se generaran allí normas similares a las de Hong Kong. La idea fue luego profundizada como free cities por la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala ( www.freecities.org ), y terminó convirtiéndose en una ley en la vecina Honduras.

El futuro dirá cómo se desarrolla esta idea, que tiene una larga e interesante tradición. La ciudad de Lübeck, puerto alemán en el Báltico, fue fundada formalmente en 1143 por Adolfo II, que tuvo que ceder la ciudad a Enrique el León en 1158. Enrique limpió la zona de quienes la devastaban de tanto en tanto y diseñó una «carta» de derechos, se eliminaron pesados impuestos, aranceles y regulaciones, se prometió tratamiento justo bajo la ley y una acuñación de moneda independiente. Tras la muerte de Enrique, fue por unos años una ciudad imperial y Barbarroja le permitió designar un Consejo que, formado principalmente por comerciantes, perduró hasta el siglo XIX. En 1226, el emperador Federico II le otorgó el estatus de «ciudad libre», atrajo numerosos comerciantes y se convirtió en un importante centro comercial. Era considerada la «Reina de la Liga Hanseática», formada por un grupo de ciudades-puertos cercanos que adoptaron una estructura de reglas similar.

En el caso de las Malvinas podría pensarse en un acuerdo que fijara un plazo largo para el traspaso de su soberanía a la Argentina y que, mientras tanto, se acordara también una ley básica, que sería la ley fundamental de las islas. Según ésta, y siguiendo el modelo de Hong Kong, habría un impuesto muy bajo y una total libertad de inversión y comercio sin importar la procedencia de los capitales o las personas y libertad para usar cualquier tipo de moneda, incluso, por supuesto, el peso argentino. En tal sentido, el Reino Unido debería eliminar la barrera para que los argentinos compren propiedades en la isla o se trasladen a ella, igual trato que recibirían chinos o brasileños o británicos. Esta ley básica sería administrada por una tercera parte, digamos alguna que genere confianza tanto a los kelpers como a los inversores internacionales. Podría ser Canadá, Australia o Nueva Zelanda; al ser países del Commonwealth, no significarían tanto cambio para ellos. Tal vez para generar símbolos de unidad y paz podrían flamear allí las banderas de las islas, de la Argentina, el Reino Unido o Canadá o quien fuera el país tutor. Cualquier modificación de la ley básica tendría que ser acordada entre estos actores. Luego de vencido el plazo de 50 años, la soberanía pasaría a ser argentina, país que se comprometería a mantener esa ley por otros 50 años más, pero ahora ejerciendo la soberanía sola.

¿Por qué les interesaría esto a los kelpers? En principio, les garantizaría a todos ellos un largo plazo de estabilidad con normas basadas en la libertad y el respeto a los derechos individuales y la propiedad. El país tutor sería confiable y el acuerdo refrendado por las partes y avalado por la comunidad internacional generaría seguridad jurídica para los inversores. La Argentina, además, como un gesto importante de amistad, recibiría todos los productos y servicios elaborados en la isla libres de trabas y aranceles, como si fueran provenientes de una provincia argentina más. Esto les daría a los isleños acceso al mercado más grande e importante que tienen cerca. Es más, los socios del Mercosur manifestarían una solidaridad dando a esos productos el mismo trato que se les da a los de un integrante de la zona. Algo similar podrían hacer los otros países de América latina, ya no sólo declaraciones de apoyo sino la efectiva apertura a estos bienes y servicios. Para los kelpers, sería la gran oportunidad de obtener paz y prosperidad sin ninguna nube que pueda empañar el horizonte.

¿Por qué interesaría esto al Reino Unido? Porque estaría resolviendo un problema espinoso que le trae más dolores de cabeza y gastos que otra cosa manteniendo el respeto a los derechos individuales de los kelpers, con la garantía de supervisión de un país aliado y amigo.

¿Por qué le interesaría a la Argentina? Porque obtendría la soberanía sobre las islas a largo plazo y varios símbolos importantes a corto plazo: acceso de los argentinos como propietarios, inversores o simples turistas, una bandera allí flameando y la transformación del tema en una mera cuestión de tiempo cuyo éxito le tocará a algún desconocido, esto es, no tenemos idea quién será el presidente que recibiría las islas ni siquiera si ha nacido ya. Es como acordar la realización de un Mundial de fútbol o unos Juegos Olímpicos: se acuerdan ahora, pero vaya a saber quién será el que los inaugurará.

¿Por qué les interesaría a los argentinos? Porque tal vez sería la llave para cambiar el país y que de una vez por todas recupere un camino de continuo progreso y crecimiento económico. Es el caso de China: si bien ésta recuperó el pequeño territorio, fue éste pequeño enclave el que cambió al gigante país continental. Los gobernantes tuvieron que darse cuenta de que su sistema no funcionaba, mientras que el de la pequeña isla era todo un éxito. Terminaron copiándolo y ahora son la gran historia de crecimiento del planeta. Primero crearon unas zonas económicas especiales que eran áreas como Hong Kong en sus comienzos, y luego extendieron el experimento a todo el país. En el futuro, con unas Malvinas prósperas como fruto de la libertad, tal vez, aprenderíamos también los argentinos qué es lo que nos conviene en el continente.

Y así, tal vez, el problema de las Malvinas no sólo terminaría solucionado, sino también siendo una solución que nos negamos a encontrar.

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).