En torno a José Saramago

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 16/11/19 en: https://www.elpais.com.uy/opinion/columnistas/alberto-benegas-lynch/torno-saramago.html

 

No tengo especial facilidad para leer novelas, me siento más a gusto con el género del ensayo. Me interesa eso sí rastrear tramas ingeniosas. Por ejemplo, me admira que Virginia Wolf haya podido escribir cientos de páginas en su La señora Dalloway donde todo transcurre en veinticuatro horas y no hay ningún diálogo, son todos pensamientos en el fuero interno de cada uno de los personajes. Me entusiasma que Umberto Eco haya anunciado que algún día escribiría una novela policial donde el asesino sería el lector (lo cual no concretó).

Me atraen los diálogos suculentos de El hombre que fue Jueves La montaña mágica de Chesterton y Mann respectivamente, me maravilló El perfume de Patrick Süskind y, por supuesto, he abordado algunos textos contemporáneos sobre el poder: Yo el Supremo de Roa Bastos, Señor Presidente de Asturias, Calígula de Camus, La fiesta del chivo de Vargas Llosa, La silla del águila de Carlos Fuentes y también los clásicos como la célebre revolución popular en Fuente-Ovejuna de Lope de Vega o El gatopardo de Tomasi, sin dejar de lado las influencias sobre Dostoievsky (especialmente en pasajes de Crimen y castigo y en la sección titulada “El Gran Inquisidor” de Los hermanos Karamasov) de dos rusos becados por Catalina la Grande para estudiar en la cátedra de Adam Smith en Glasgow y también las archiconocidas distopias de Orwell y Huxley.

En todo caso en esta nota periodística apunto muy telegráficamente dos novelas de Saramago que por su reiterado sarcasmo y la inteligencia de la tramas navegan a contracorriente del marxismo del autor o por lo menos operan a contramano  de una visión totalitaria. Claro que, por otro parte, el fuerte de la teoría marxista siempre ha sido la ficción como fue su propio apellido pues el padre lo anotó con el suyo: Sousa, pero por una falta en el registro civil de Lisboa se anotó Saramago.

En primer término me refiero a Ensayo sobre la lucidez que en uno de los hilos de este formidable libro, el narrador alude a un pueblo en el que el gobierno municipal convoca a elecciones y el sorpresivo resultado arroja 70% de votos en blanco, frente a lo cual los gobernantes consideraron que hubo un error por lo que llamaron nuevamente a los comicios. En esta segunda vez, para alarma de los funcionarios, los votos en blanco ascendieron al 83% situación que enfureció a la burocracias a lo que se agregaron marchas con carteles en los que se estampaba con orgullo “yo voté en blanco”,  se alzaron banderas blancas, flores y brazaletes de idéntico color y similares gestos de rechazo a las autoridades constituidas.

Los políticos en funciones primero quedaron estupefactos pero, como queda dicho, luego esta sensación mutó en abierto enfado con la población por lo que se referían a lo ocurrido como “la peste blanca” y, según relata el autor, en un rapto de desesperación hizo concluir a los mandamás del pueblo que “es regla invariable del poder que resulta mejor cortar las cabezas antes de que comiencen a pensar”.

Para hacer el cuento corto y a riesgo de amputar un escrito que revela una  pluma formidable, resumo que, después idas y venidas, largas y escabrosas cavilaciones y propuestas más o menos absurdas y pastosas consideraciones, finalmente el gobierno, en represalia y como castigo a los pobladores, decidió en pleno abandonar el pueblo y retirarse a otro lugar al efecto de que sufran el escarmiento que estimaron se merecía la mayoría que votó en blanco.

Henos aquí que los moradores del pueblo en cuestión comenzaron primero tímidamente y luego en forma enérgica a coordinar sus actividades de modo tal que los servicios resultaron de mucha mejor calidad y prontitud de los que prestaba el aparato estatal en esa instancia fugado a otros lares.

La segunda novela de Saramago que resumo en esta oportunidad se titula Las intermitencias de la muerte. En este caso no voy a develar el corazón de la trama ni tampoco el final, solo quiero referirme a un aspecto clave donde el autor se mofa de los ridículos pedidos de empresarios que prefieren amamantarse del gobierno y pedir subsidios.

El asunto es que a partir de un fin de año en cierto país nadie se moría. Primero aparecieron los empresarios fúnebres sugiriendo que el gobierno haga obligatorio los entierros de los animales con cajón y todo al efecto de no sufrir pérdidas. Luego aparecieron los dueños de sanatorios reclamando créditos baratos para construir edificios y albergar a los que no permitían rotación de camas pues durarían eternamente. También irrumpieron directivos de las compañias de seguros puesto que los clientes no les renovaban las pólizas de vida para lo que sugirieron se sigan pagando las cuotas hasta los ochenta años donde se produciría una muerte virtual, se cancelaría el seguro y se renovaría por otros ochenta años. Finalmente obispos reclamaron al gobierno medidas puesto que dijeron que si no hay muerte no hay resurrección y,  por tanto, no hay destino final de las almas ni hay Iglesia.

La gramática de Saramago es de una riqueza y precisión extraordinarias, en castellano merced a su excelentísima traductora -Pilar del Río- fruto de su segundo matrimonio.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Los desheredados

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 21/6/17 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/los-desheredados/

 

Una antigua imagen, muchas veces reproducida, muestra a un modesto trabajador, ya de cierta edad, con una pancarta que dice: “Abajo el impuesto al pan”.

La causa liberal, estigmatizada en nuestro tiempo como injusta defensa de los privilegios de los ricos, es en realidad la causa de los pobres. Y el libre comercio no fue bandera de minorías sino de mayorías, y no fue de aristócratas sino de trabajadores y empresarios. La idea que subyacía a esta defensa popular es que nadie tiene derecho a quebrantar la propiedad privada y los contratos voluntarios de los ciudadanos.

El movimiento librecambista decimonónico, articulado en torno a la lucha contra el proteccionismo de las Leyes del Cereal inglesas, y de otras medidas proteccionistas en otros países de Europa, atrajo a multitudes, y suscitó apoyos entre políticos, intelectuales y medios de comunicación. Uno muy famoso, The Economist, nació en 1843 al calor de esos debates, y lo hizo específicamente para sostener el comercio libre. Muchos socialistas, por cierto, compartían la idea, porque comprendían que el mercado libre abarataba los bienes y mejoraba las condiciones de vida de los trabajadores.

Sin embargo, y como casi siempre, las ideas iban y venían mezcladas, y junto a las liberales se pegaron las antiliberales, entre ellas la consigna de que las personas no podían legar libremente sus bienes a sus descendientes, sino que eso debía impedirse mediante onerosos Impuestos de Sucesiones. Y así empezó una carrera que fue bastante previsible: cuando más subían esos impuestos, menos se recaudaba, porque las personas procuraban buscar otras vías para hacer algo que todos deseamos: dejar algo en herencia a nuestros hijos.

Finalmente, en varios países el gravamen fue suprimido. En España, algunas autonomías lo mantienen y otras no. Lo interesante, y lo que me ha hecho recordar el cuadro de No bread tax, es el reciente movimiento popular en nuestro país en contra de ese impuesto. Se han producido manifestaciones callejeras, recogida de firmas y otras movilizaciones, incluida la difusión en las redes sociales. Han sido muy destacadas en Aragón, Asturias y Andalucía, por ejemplo.

Los políticos reaccionarios de izquierdas y derechas se han visto sorprendidos, y han intentado justificar la usurpación con las falacias habituales de la “justicia”, como si los bienes legados no hubieran soportado fiscalidad alguna en el pasado, o con las mentiras usuales de que “sólo lo pagan unos pocos”, lo que es contradictorio con los muchos indignados.

Saludo a quienes protestan: tienen todo mi apoyo frente a los ruines y envidiosos enemigos del pueblo. Y evoco nostálgico a Ebenezer Elliott (1781-1849), un empresario y poeta inglés que contó con gran apoyo y simpatía en el movimiento obrero, que defendió el libre mercado y que dejó escrito: “Estaba el demonio despierto y sentado/barruntando cómo enviar más almas al infierno/cuando por fin dio un salto y exclamó/¡un impuesto al pan, eso es!/para empobrecer al rico, atracando al pobre/para hipotecar el prado, robando el brezal”.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.