Por Emilio Cárdenas. Publicado el 5/1/17 en: http://www.lanacion.com.ar/1973165-cambio-de-guardia-en-las-naciones-unidas
El 31 de diciembre de 2016 venció el mandato de Ban Ki-moon. El diplomático surcoreano ya no es Secretario General de las Naciones Unidas. Ha sido remplazado, desde el 1° de enero de 2017, por el experimentado portugués, Antonio Guterres.
Es hora de evaluar someramente los diez años durante los cuales Ban Ki-moon tuvo el timón de las Naciones Unidas en sus manos. La respuesta corta es, en mi opinión, bastante clara. El surcoreano no será recordado como uno de los grandes Secretarios Generales de la organización.
Su desempeño fue, más bien, mediocre. Más aún, bastante deslucido. Y, de alguna manera, frustrante. Fue un burócrata más. Como se ha dicho, Ban Ki-moon nunca pudo ser una suerte de «Papa diplomático» del mundo. No tenía los requisitos para ello. Ni tampoco fue capaz de liberar a las Naciones Unidas de los permanentes bloqueos y desaires a los que la someten abiertamente algunos de sus Estados Miembros, maniatándola con alguna frecuencia realmente a cara descubierta. El secretario saliente deja a su sucesor una organización desacreditada por sus ausencias e irrelevancia en la dura guerra civil siria.
Lo cierto es que Ban Ki-moon es pasado. Aunque ahora tenga su mira personal puesta en la posibilidad de ser de pronto el próximo presidente de Corea del Sur, cuyo extraño universo político está empantanado en la incompetencia y en la corrupción. Una etapa desteñida se ha cerrado entonces para las Naciones Unidas.
En Siria, Ban Ki-moon no pudo liderar. Ni tampoco rescatar al Consejo de Seguridad, maniatado por los reiterados vetos de Rusia, acompañados a veces por China. Quedó realmente a un costado. Flotando en una lamentable ausencia. Peor aún, ninguno de sus experimentados «representantes especiales» para ese conflicto pudo realmente hacer pie. Menos aún, ser eficaz. Ni Kofi Annan, ni Lakhdar Brahimi, ni Steffan de Mistura. Ellos se transformaron rápidamente en una suerte de incoloro relleno.
Ban Ki-moon, es cierto, denunció los aberrantes crímenes de guerra cometidos en ese conflicto, incluyendo el grotesco uso reiterado de armas químicas. Pero la verdad es que no hizo mucho más. Todo con gusto a poco y a tarde.
En materia de paz y seguridad, su legado es también bastante pobre. Lo sucedido con el Consejo de Seguridad en relación con la crisis de Sudán del Sur y con el embargo de armas que ante ella se requería, es un buen ejemplo de su estancamiento en la impotencia. Su marcha atrás ante las amenazas de Arabia Saudita en la crisis de Yemen, cuando los bombardeos a las escuelas y a los hospitales, es otro testimonio triste de su falta de decisión.
Su atribulado desmantelamiento de la misión de paz de las Naciones Unidas en el Sahara Occidental, presionado -en tándem- por Francia y Marruecos, es otro error, tan torpe como significativo.
Deja tras de sí, queda visto, un inventario de problemas. Compuesto además por su indefinición ante el fenómeno creciente del terrorismo, frente al cual las Naciones Unidas carecen de un rol principal; por sus vacilaciones e indecisiones ante la crisis de los refugiados que azota a la Vieja Europa, las que terminaron por hacer fracasar su buena iniciativa sobre un nuevo -y más equilibrado- pacto mundial sobre cómo enfrentar, entre todos, los acuciantes problemas de los refugiados; por su inexplicable silencio ante las violaciones de derechos humanos en China; y por los casos de abusos sexuales ocurridos en las misiones de paz de las Naciones Unidas, especialmente en las de la República Centroafricana y de la República Democrática del Congo, que evidenciaron la falta de protección adecuada a los civiles inocentes en relación con esas delicadas misiones.
En su haber, en cambio, aparece una ponderable, insistente y ciertamente efectiva promoción de los derechos de las mujeres y de su rol en la organización, que hoy es mucho más prominente, especialmente en los más altos cargos, donde Ban Ki-moon supo incluir acertadamente a un conjunto de mujeres talentosas, destacadas y respetadas. Esto, pese a que aún las mujeres no son el 50% del total del personal de las Naciones Unidas como debieran ser conforme al objetivo fijado hace ya más de veinte años.
Además, debe también resaltarse su notable éxito en materia de «cambio climático», plasmado en el «Acuerdo de Paris» de la COP21, que entrara en vigor el pasado 21 de septiembre. Gracias a Ban Ki-moon el mundo entero está hoy mucho más consciente del enorme peligro que supone eludir sus responsabilidades en este amenazante capítulo. Y cabe aplaudir asimismo su notable lista de los 17 objetivos a alcanzar para asegurar un desarrollo sostenible.
Hasta allí la síntesis de un legado caracterizado por un andar poco eficaz, algunos fracasos notables, así como de propuestas que han quedado en la mesa del mundo, de cara al futuro, cuyos contenidos son muy trascendentes.
Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California. Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.