MI RECUERDO DE BORGES

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado en: https://puesta-en-valor.blogspot.com/2011/06/benegas-lynch-recuerda-borges.html

 

Cuando era rector de la Escuela Superior de Economía y Administración (ESEADE) los alumnos me pidieron tenerlo a Borges entre los invitados. Intenté el cometido por varios caminos indirectos sin éxito, incluso almorcé en su momento con mi pariente Adolfo Bioy Casares con quien en aquel entonces éramos miembros de la Comisión de Cultura del Jockey Club de Buenos Aires, pero me dijo que “Georgie se está poniendo muy difícil de modo que prefiero no intervenir en este asunto”. Finalmente decidí llamarla por teléfono a la famosa Fanny (Epifanía Uveda de Robledo) quien actuaba como ama de llaves en la casa de Borges desde hacía más de un cuarto de siglo. Ella me facilitó todo para que Borges fuera a hablar a ESEADE y arregló los honorarios conmigo.
La velada fue muy estimulante y repleta de ironías y ocurrencias típicamente borgeanas todo lo cual se encuentra en la filmación de ese día en los archivos de esa casa de estudios, acto al que también nos acompañó por unos instantes Adolfito antes de ir a la regular sesión de masajes para aliviar su dolor de espalda. Cuando nos dirigíamos al aula Borges me preguntó “¿Dónde estamos Benegas Lynch?” y cuando le informé que en el ascensor me dijo “¿por qué ascensor y no descensor?”.
Cuando lo dejé en su departamento en la calle Maipú me invitó a pasar y nos quedamos conversando un buen rato atendidos por Fanny que nos sirvió una taza de té que al rato repitió con la mejor buena voluntad. Hablamos de los esfuerzos para difundir las ideas liberales y las dificultades para lograr los objetivos de la necesaria comprensión de la sociedad abierta. Se interesó por la marcha de mis cátedras y especialmente por la reacción de los estudiantes. Volvió a sacar el intrincado tema del arte objetivo o subjetivo que habíamos tocado en el automóvil cuando lo buscamos con María, mi mujer, ocasión en la que al intercalar la relación entre el arte y la religión señaló que la referencia religiosa más sublime que había escuchado era que “el sol es la sombra de Dios”.
Sé que María Kodama ha tenido serias desavenencias con Fanny (y con algunos allegados y allegadas a Borges) pero no quiero entrar en esos temas, sólo subrayo que con María tenemos una muy buena relación y ella me invitó a exponer en el primer homenaje a Borges que le rindió la Fundación que lleva su nombre junto al sustancioso y extrovertido español José María Álvarez y a otros escritores. Mi tema fue “Spencer y el poder: una preocupación borgeana” lo cual fue muy publicitado en los medios argentinos (a veces anunciado equivocadamente como Spenser, por Edmund, el poeta del siglo xvi, en lugar de aludir a Herbert Spencer el filósofo decimonónico anti-estatista por excelencia). Con Maria Kodama nos hemos reunido en muy diversas oportunidades solos y con amigos comunes pero siempre con resultados muy gratificantes.
Son muchas las cosas de Borges que me atraen. Sus elucubraciones en torno a silogismos dilemáticos me fascinan, por ejemplo, aquel examen de un candidato a mago que se le pide que adivine si será aprobado y a partir de allí como el consiguiente embrollo que se desata no tiene solución. Por ejemplo, su cita de Josiah Royce sobre la imposibilidad de construir un mapa completo de Inglaterra ya que debe incluir a quien lo fabrica con su mapa y así sucesivamente al infinito. Por ejemplo, la contradicción de quienes haciendo alarde de bondad sostienen que renuncian a todo, lo cual incluye la renuncia a renunciar que significa que en verdad no renuncian a nada.
He recurrido muchas veces a Borges para ilustrar la falacia ad hominem, es decir quien pretende argumentar aludiendo a una característica personal de su contendiente en lugar de contestar el razonamiento. En este sentido, Borges cuenta en “Arte de injuriar” que “A un caballero, en una discusión teleológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se inmutó y dijo al ofensor: ésto señor, es una digresión; espero su argumento” y la importancia de saber conversar a la que alude Borges quien ilustra la idea con la actitud hospitalaria y receptiva de Macedonio Fernández que siempre terminaba sus consideraciones “con puntos suspensivos para que retome el contertulio”, a diferencia de Leopoldo Lugones que “era asertivo, terminaba las frases con un punto y aparte; para seguir hablando con él había que cambiar el tema”.
Siempre me ha parecido magnífico el modo en que Borges comienza “La biblioteca de Babel”: “El universo (que otros llaman la biblioteca)…”. Una afirmación que encierra el secreto de toda biblioteca bien formada que representa un fragmento de la cultura universal, una porción de los amigos del conocimiento, un segmento de los alimentos más preciados del alma.
A mis alumnos les he citado frecuentemente el cuento borgeano de “Funes el memorioso” para destacar la devastadora costumbre de estudiar de memoria y la incapacidad de conceptualizar y de relacionar ideas. Recordemos que Funes, con su memoria colosal después del accidente, no entendía porque se le decía perro tanto a un can de frente a las cuatro de la tarde como a ese animal a las tres y de perfil.
Es casi infinito el jugo que puede sacarse de los cuentos de Borges (un periodista distraído una vez le preguntó cuál era la mejor novela que publicó, a lo que el escritor naturalmente respondió: “nunca escribí una novela”). Las anécdotas son múltiples: en una ocasión, al morir su madre, una persona, en el velorio, exclamó que había sido una lástima que no hubiera llegado a los cien años que estuvo cerca de cumplir, a lo que Borges respondió “se nota señora que usted es una gran partidaria del sistema decimal”. Con motivo del fútbol en una ocasión se preguntó en voz alta la razón por la que ventidós jugadores se peleaban por una pelota: “sería mejor que le dieran una a cada uno”. Un joven se le acercó en la calle y con gran euforia le entrega un libro de producción propia y Borges le pregunta por el título a lo que el peatón responde Con la patria adentro, entonces el escritor que siempre rechazó toda manifestación de patrioterismo exclamó “¡qué incomodidad amigo, qué incomodidad!”. En otra ocasión se arrima una joven entusiasta que afirma casi a los alaridos “Maestro, usted será inmortal” a lo que Borges respondió “no hay porque ser tan pesimista hija” y cuando Galtieri era presidente argentino le dijo que una de sus mayores ambiciones era parecerse a Perón: Borges (seguramente conteniendo sus primeros impulsos) replicó lo más educadamente que pudo, “es imposible imponerse una aspiración más modesta”. Poco antes, en esa misma época militar, se convocó a una reunión de “la cultura” a la que lo habían invitado reiteradamente por varios canales y a la salida los periodistas le consultaron sobre el cónclave a lo que Borges contestó con parquedad y con un indisimulado tono descalificador: “no conocía a nadie”. A poco de finiquitada la inaudita guerra de las Malvinas, Borges publicó un conmovedor poema donde tiene lugar un diálogo entre un soldado inglés y uno argentino que pone de manifiesto la insensatez de aquella guerra iniciada por Galtieri al invadir las mencionadas islas (tantas personas perdieron el juicio en esa guerra que un miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina sugirió se lo expulsara al premio Nobel en Economía F. A. Hayek como miembro correspondiente de la corporación debido a que declaró con gran prudencia y ponderación que “si todos los gobiernos invaden territorios que estiman les pertenecen, el globo terráqueo se convertirá en un incendio mayor del que ya es”…afortunadamente aquella absurda e insólita moción no prosperó).
Borges tenía una especial aversión por todas las manifestaciones de los abusos del poder político por eso, en el caso argentino, sostuvo en reiteradas ocasiones (reproducido en El diccionario de Borges compilado por Carlos R. Storni): “Pienso en Perón con horror, como pienso en Rosas con horror” y por eso escribió en “Nuestro pobre individualismo” que “El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo” y en el mismo ensayo concluye que “el Estado es una inconcebible abstracción”.
Pronostica Borges (lo cual queda consignado en el antedicho diccionario) que “Vendrán otros tiempos en que seremos ciudadanos del mundo como decían los estoicos y desaparecerán las fronteras como algo absurdo” y en “Utopía de un hombre que estaba cansado” se pregunta y responde “¿Qué sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen”.
Borges nos arranca la angustia del absurdo perfeccionismo al intentar la administración de la pluma en el oficio de escribir cuando al citarlo a Alfonso Reyes dice que “como no hay texto perfecto, si no publicamos nos pasaríamos la vida corrigiendo borradores” ya que un texto terminado “es fruto del mero cansancio o de la religión”.
Y para los figurones siempre vacíos que buscan afanosamente la foto, escribió Borges en El hacedor“Ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien para que no se descubriera su condición de nadie” y también, en otro tramo de esa colección, subrayaba la trascendencia de la teoría al sostener que “La práctica deficiente importa menos que la sana teoría”. Se solía mofar de la xenofobia y los nacionalismos, así definió al germanófilo en la segunda guerra, no aquel que había abordado a Kant ni había estudiado a Hoelderin o a Schopenhauer sino quien simplemente  era “anglófobo” que “ignora con perfección a Alemania, pero se resigna al entusiasmo por un país que combate a Inglaterra” y, para colmo de males, era antisemita. En el ensayo anteriormente mencionado sobre el individualismo enfatiza que “el nacionalismo quiere embelesarnos con la visión de un Estado infinitamente molesto”.
Sus muy conocidos símbolos revelan distintas facetas del mundo interior. Los laberintos ponen de manifiesto el importante sentido de la perplejidad y el asombro como condición necesaria para el conocimiento y el sentido indispensable de humildad frente a la propia ignorancia. Los espejos -cuando se mira en profundidad la propia imagen- “atenúa nuestra vanidad” y, simultáneamente permite ver que “somos el mismo y somos otros” en el contexto de las variaciones que operan en el yo a través del tiempo. Los sueños como anhelos y como fantasía. La manía borgeana por los tiempos circulares si se partiera de la premisa que todo es materia y el universo finito, lo cual conduce a permutaciones repetitivas (noción que, entre otros textos, la adopta en “La biblioteca total”, en conformidad con una conjetura que comenta Lewis Carroll dado “el número limitado de palabras que comprende un idioma, lo es asimismo el de sus combinaciones posibles o sea el de los libros”). Y, por último, el color amarillo del tigre como su primer recuerdo “no físicamente, sino emocionalmente” que se une al color que frecuentemente veía en su ceguera.
Ante todo, Borges se caracterizó por su independencia de criterio y su coraje para navegar contra la corriente  de la opinión dominante y detestaba “al hombre ladino que anhela estar de parte de los que vencen” tal como escribió en la antes menciona nota sobre los germanófilos…“a un caballero solo le interesan las causas perdidas” recordó con humor nuestro personaje en el reportaje conducido por Fernando Sorrentino.
En el prólogo a unas pocas de las obras de Giovanni Papini (otro cuentista y ensayista extraordinario con una prodigiosa imaginación) dice Borges: “no se si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector”.
Edwin Williamson, Victoria Ocampo, Rodríguez Monegal, Norman Thomas di Giovanni, María Esther Vázquez, Alicia Jurado y tantísimos otros han escrito sobre Borges y otros tantos lo han entrevistado (apunto al margen que le dijo a Osvaldo Ferrari que “cuando uno llega a los ochenta y cuatro años uno ya es, de algún modo, póstumo”) y una cantidad notable de tesis doctorales producidas en todos los rincones del orbe sobre este firme patrocinador del cosmopolitismo. De cualquier manera, no por reiterado es menos cierto y necesario decir que este autor constituye una invitación portentosa y renovada a la pregunta y al cuestionamiento creador.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Mariquita Sánchez, la precursora

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Sin la pretensión de hacer comparaciones de dotes intelectuales con  Madame de Staël y Victoria Ocampo, Mariquita Sánchez (se llamaba María Josefa Petrona de Todos los Santos, primero casada con Martín Thompson y luego con Jean-Baptiste Mendeville) ocupa un lugar preponderante en su relación con el ideario liberal.

Primero por sus tertulias en  su quinta de San Isidro a las que asistieron personalidades como Manuel Belgrano, Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Juan Larrea,  Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes y Feliciano Chiclana, salones en donde se forjaron y consolidaron las ideas independentistas en lo que luego fue la República Argentina.

 

En esa quinta se cantó por vez primera la Marcha Patriótica (hoy Himno Nacional). Y mucho más adelante se discutieron los principios y valores liberales en su casa de la calle San José (actualmente Florida, en el centro de Buenos Aires) con Juan Bautista Alberdi, Esteban Echevarría, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y Florencio Varela quienes también  participaron con Mariquita en su exilio de la tiranía rosista en Montevideo.

 

Sus escritos son pocos e incompletos (Diario Recuerdos del Buenos Aires virreinal junto a la resumida bibliografía de Pastor Obligado, la muy difundida obra de María Sáenz Quesada, la de Graciela Batticure y la compilación de Clara Vicaseca) pero la fecundidad de su organización y la calidez de su hospitalidad para las aludidas tertulias y debates fueron de una enorme fertilidad, realizadas en momentos que estaba muy mal visto que una mujer se involucrara en faenas intelectuales de esa envergadura y acompañada de tamañas personalidades.

 

Quería despegarse a toda costa de lo que había escrito como un clima en el que tres factores dominaban la situación en la que vivió tempranamente, “Tres cadenas sujetaron este gran continente de la Metrópoli: el terror, la ignorancia y la religión católica […donde] había una comisión del Santo Oficio para revisar todos los libros que venían, a pesar de que venían de España donde había las mismas persecuciones”.  Juan Bautista Alberdi escribió que Mariquita fue “la personalidad más importante de la sociedad de Buenos Aires, sin la cual es imposible explicar el desarrollo de su cultura y buen gusto”.

 

Después de Caseros vuelve a Buenos Aires desde su exilio en Montevideo y se ocupa principalmente de la Sociedad de Beneficencia que presidió durante un tiempo y especialmente dedicó su tiempo en esta institución a las niñas a los efectos de trasmitirles el sentido de independencia y dignidad en épocas en las que prevalecían criterios de machistas acomplejados y miedosos de la competencia, incompatibles con el sentido de una sociedad abierta.

 

Este estilo de comportamiento y las convicciones sobre los principios liberales, fue luego seguido y muy desarrollado por mujeres de la talla de Madame de Staël y Victoria Ocampo sobre las que he escrito antes y que ahora reitero solo en parte las observaciones entonces formuladas.

 

En esa misma línea entonces, Anne Louise Germanie Necker (Madame de Staël) fue tal vez de todos los tiempos la mujer que más contribuyó a establecer cenáculos y reuniones de gran jerarquía para el debate de ideas en la Europa decimonónica. Sus obras completas ocupan diecisiete tomos incluyendo su abultada correspondencia.

 

Mostró una muy especial reverencia por las libertades de las personas: “No hay valor mayor que el respeto por la libertad individual, lo cual constituye el principio moral supremo”. Consideraba que la tolerancia religiosa formaba parte de la columna vertebral de la sociedad civilizada: “La intolerancia religiosa es lo más peligroso que pueda concebirse para la convivencia pacifica”.

 

En prácticamente todas sus biografías que fueron muchas se destaca un dicho que recorría los distintos medios de la época: “Hay tres grandes poderes en Europa: Inglaterra, Rusia y Madame de Staël”.

 

Sus arraigados principios liberales, su carácter firme pero afable, sus cuidados modales, su sentido del humor y su don de gente la hacían especialmente propicia para el manejo de los encuentros intelectuales, todos ordenados con temas generalmente prefijados y tratados en profundidad en los que se hacía uso de la palabra por riguroso turno. Algunas de las figuras más prominentes que asistieron a sus encuentros fueron Gothe, Schiller, Chateaubriand, Edward Gibbon, Voltaire, Diderot, D´Alambert, Byron, Wilhem von Schelenger, Talleyrand y el más cercano y célebre de todos: Benjamin Constant.

 

Como buena liberal, Germanie Necker sostenía que las fronteras cumplían el solo propósito de delimitar países a los efectos de evitar la monumental concentración de poder que surgiría de un gobierno universal. Con razón mantenía que el fraccionamiento y la dispersión vía el federalismo dentro de las fronteras proporcionaba un reaseguro adicional a las extralimitaciones de los aparatos políticos y, a su vez, era una notable expositora de la libertad de comercio.  Asimismo, se hubiera disgustado mucho con la existencia de la figura del “inmigrante ilegal” propia de regimenes absurdos. Desde luego que nuestra autora no tuvo que vérselas con aquella contradicción en términos denominada “estado benefactor” cuyos “servicios gratuitos” naturalmente están siempre colapsados y demandan más recursos de los contribuyentes. Pero esto no debería servir de pretexto para bloquear los movimientos migratorios libres (salvo antecedentes delictivos). Si bien es cierto que el problema reside en el “estado benefactor” y no en los inmigrantes, se debería impedir que estos recurran a los referidos “servicios gratuitos” para no agravar la situación fiscal y simultáneamente debería eximírselos de aportes que impliquen el descuento del fruto de sus trabajos para mantener esas prestaciones (con lo que serían ciudadanos libres como muchos desearían ser). Por último, en aquellos tiempos tampoco se esgrimía la peregrina idea de que en un mundo donde los recursos son escasos y las necesidades ilimitadas, los inmigrantes restan posibilidades laborales a sus congéneres en lugar de ver que liberan ofertas de trabajo para otras tareas hasta ese momento imposibles de encarar (igual que ocurre cuando se introduce un método de producción más eficiente).

 

Luego de muchas y muy variadas experiencias europeas, Madame de Staël concluyó que las acciones bélicas siempre resultaban en graves prejuicios para todas las partes involucradas y que, lo mismo que sostuvieron enfáticamente los Padres Fundadores en Estados Unidos, tarde o temprano se traducirían en el desmesurado agrandamiento en el tamaño del Leviatán cuyas deudas y desórdenes de diversa naturaleza finalmente comprometerían severamente las libertades individuales por las que ella abogó toda su vida. Se inclinaba al principio civilizado de actuar como “ciudadanos del mundo” cuyos únicos enemigos declarados eran los que rechazaban la libertad, en cuanto al resto, le resultaba irrelevante la nacionalidad, el color de la piel o la religión siempre que el interlocutor se basara en los valores universales del respeto recíproco.

 

Por otro lado, no hay escritor hispanoparlante ni lector serio de ese mundo que no tenga conciencia del inmenso agradecimiento que se le debe a la editorial y a la revista Sur, que es lo mismo que decir Victoria Ocampo puesto que ella las sufragaba para beneficio de las letras y la cultura universales. Nació a fines del siglo diecinueve, épocas que en Buenos Aires se pretendía cargar a las criaturas con los nombres de buena parte de su árbol genealógico y del santoral: se llamaba Ramona Victoria Epifanía Rufina.

 

Victoria Ocampo reunió en sus salones a intelectuales como Otega y Gasset, Octavio Paz, Paul Valéry, Albert Camus, Victor Massuh, Eduardo Mallea, Aldous Huxley, Alfonso Reyes, Borges, Bioy Casares, Alicia Jurado, Igor Stravinsky, Carl Jung y Julián Marías.

 

Siempre estuvo del lado de quienes aclaman la libertad como un valor supremo. Sufrió persecución y cárcel durante la dictadura peronista por sus manifestaciones claramente liberales (“En la cárcel -escribe- uno tenía al fin la sensación de que tocaba fondo”). Los nacionalistas de la época intentaron por todos los medios de sabotear sus tareas, incluso, en 1933, la Curia Metropolitana la declaró persona non grata porque “Tagore y Krishnamurti, dos enemigos de la Iglesia, son amigos suyos”.

 

En momentos de escribir estas líneas en buena parte del mundo hay una crisis mayúscula de valores, parecería que en gran medida se ha perdido el sentido de dignidad y la autoestima y se ha abdicado en favor de los mandones de turno, pero en homenaje a personalidades como Victoria Ocampo en su lucha por la libertad y la cultura no debemos cejar en la trifulca de marras, porque como ha escrito Benedetto Croce “la libertad es la forjadora eterna de la historia” ya que “es el ideal moral de la humanidad” y por eso “el dar por muerta la libertad vale tanto como dar por muerta la vida”.

 

Doña Victoria abogó por los derechos de la mujer en igualdad con los de los hombres en línea con la gran Mary Wollstonecraft, la pionera en el genuino feminismo y no como algunas versiones degradadas modernas. Se rebelaba contra las imposiciones de machos incompetentes que no resisten las opiniones sesudas de mujeres porque se sienten disminuidos y, por ello, prefieren relegarlas a tareas puramente domésticas.

 

En su momento, Ocampo había escrito que “toda buena traducción es una manera de creación, jamás un trabajo mecánico ejecutado a golpes de diccionario […] Tanto una bella prosa como un bello poema no tienen más traducción que la de las equivalencias; equivalencias que a veces se alejan del texto para serle fiel”, del mismo modo que ella fue siempre fiel a si misma.

 

Mariquita Sánchez fue la precursora en estas faenas de reunir a personalidades al efecto de debatir las ideas de la libertad y así contribuir a despejar las falacias del autoritarismo. Es en este sentido es un ejemplo a seguir, especialmente para los apáticos e indolentes que consideran que el respeto recíproco es algo automático que no necesita ser defendido y cuidado.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

¿QUÉ SON LOS HÉROES?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Personalmente no me gusta la expresión “héroe” porque está manchada de patrioterismo y atribuida generalmente a personas que en realidad han puesto palos en la rueda en las vidas de su prójimo. Por otra parte, Juan Bautista Alberdi escribió en su autobiografía que “la patria es una palabra de guerra, no de libertad” puesto que hay otras formas de expresarse menos pastosas para referirse al terruño de los padres.

 

El manoseo creciente de las palabras héroe y patria ha hecho que se desfiguren y trastoquen. La primera,  según el diccionario  es la “persona que ha realizado una hazaña admirable para la que se requiere mucho valor”.

 

Me inspiró esta nota una parte de uno de los libros de John Stossel (No, They Can´t) que alude a los héroes  preocupado porque la mayor parte de la gente los relaciona con políticos y militares pero aclara que esos en general han manipulado vidas y haciendas ajenas, por lo que para él los verdaderos héroes son pioneros y empresarios creativos y los intelectuales de la libertad que han contribuido enormemente a mejorar la vida de todos.

 

Señalo que esto que apunta Stossel tiene una larga tradición que descubrí comienza de manera sistemática con el decimonónico Herbert Spencer en su libro titulado El exceso de legislación. En esta obra Spencer despotrica muy fundadamente contra los aparatos estatales que destrozan autonomías individuales y subraya la arrogancia de gobernantes a pesar de que “todos los días registra la crónica algún fracaso, todos los días reaparece la idea de que no hace falta más que una ley del Parlamento y una tropa de empleados para llevar a cabo un fin cualquiera apetecido”, y agrega “siempre he estado predicando el desengaño: no pongaís vuestra confianza en la legislación”.

 

En esta dirección, Spencer subraya que “la iniciativa privada ha hecho mucho, y lo ha hecho bien. La iniciativa privada ha roturado, desecado y fertilizado el país y edificado ciudades, ha excavado minas, tendido vías de comunicación, abierto canales y establecido ferrocarriles; ha inventado y llevado a perfección arados, telares, máquinas de vapor, prensas de imprimir e innumerables máquinas; ha construido nuestros buques, nuestras vastas manufacturas, nuestros muelles; ha establecido bancos, sociedades de seguros y periódicos; ha cubierto el mar con líneas de vapores y la tierra de telégrafos eléctricos. La iniciativa privada es la que ha traído a la altura en que al presente se encuentran la agricultura, la industria y el comercio y las está desenvolviendo con creciente rapidez”.

 

Para no decir nada de la medicina que ha estirado la expectativa de vida de modo notable y tantos descubrimientos e iniciativas resultado de tecnologías que en la época de Spencer sonarían  a magia imposible. En este contexto, la mayor parte de las veces los aparatos estatales teóricamente encargados de velar por la justicia y la seguridad se convierten en un implacable Leviatán que todo lo destruye a su paso.

 

La antedicha tradición spencerina fue retomada por Alberdi, quien en el tomo octavo de sus Obras completas concluye que “si recordamos, dice Herbert Spencer, que toda la historia está llena de los hechos y gestos de los reyes, en tanto que los fenómenos de la organización industrial, visibles ellos son, no han logrado sino recientemente atraer un poco de atención; si recordamos que todas las miradas y pensamientos se dirigen a las acciones de los que gobiernan, que nadie hasta estos últimos tiempos tenía ojos ni pensamientos para los fenómenos vitales de cooperación espontánea a los cuales deben las naciones su vida, su crecimiento y progreso”.

 

Los usos reiterados del héroe y la patria afloran en obras que encierran el germen de la destrucción de las libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder” de Nietzsche o “el héroe” de Thomas Carlyle. Este último, en su célebre conferencia en Londres del 22 de mayo de 1840 estimó que “puede reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquél a cuya voluntad o voluntades deben someterse los demás […] es resumen de todas las figuras del Heroísmo […] toda dignidad terrena y espiritual que se supone reside para mandar sobre nosotros, enseñarnos continua y prácticamente, indicarnos que tenemos que hacer día tras día, hora tras hora”.

 

Difícil resulta concebir una visión más cavernaria, de más baja estofa, de mayor renunciamiento a la condición humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar vidas y haciendas ajenas, siempre en el contexto de cánticos sobre patriotas y héroes.

 

Este tipo de razonamientos y propuestas inauditas son los que dieron píe a los Hitler de nuestra época. De las ideas de Carlyle, esto dice Ernst Cassirer, el filósofo político, autor de numerosas obras, ex Rector de la Universidad de Hamburgo y profesor en Oxford, Yale y Columbia: “los primeros indicios del misticismo racial”, “una defensa abierta al militarismo prusiano” y “la divinización de los caudillos políticos y una identificación del poder con el derecho”. Por su parte Borges, consigna en su prólogo a la obra que reúne seis conferencias de Thomas Carlyle sobre la heroicidad que “los contemporáneos no lo entendieron, pero ahora cabe una sola y muy divulgada palabra: nazismo […él] escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan […] abominó de la abolición de la esclavitud […] declaró que un judío torturado era preferible a un judío millonario”.

 

La manía del héroe y el líder indefectiblemente conducen a la prepotencia, al abuso de poder y, finalmente, al cadalso en nombre de la patria. Por eso resulta tan pernicioso que se les enseñe a estudiantes la historia como una narración bélica con elogios y salvas para la guerra y los guerreros, cuando no deben memorizar los pertrechos de cada bando sin entender el porqué de tanta trifulca. Lamentablemente, es cierto que la historia está colmada de hechos violentos pero enseñarla como algo glorioso, un hito y algo que debe ser venerado y objeto de admiración resulta sumamente destructivo y una buena receta para perpetuar y acentuar el mal.

 

Cada uno debe constituirse en líder de si mismo. Los caudillos y tiranuelos que son aclamados como líderes no hacen más que expropiar lo más preciado que posee el ser humano, cual es el uso de su libre albedrío para la administración de su propio destino al realizar sus potencialidades únicas e irrepetibles. Dice la primera acepción de héroe en el Diccionario de la Real Academia Española: “Entre los antiguos paganos, el que creía haber nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios”. Si bien es cierto que hay otras acepciones como la que consignamos más arriba, la expresión de marras está teñida de un pesado tufillo a guerra, sangre, batalla, violencia y ferocidad.

 

Pero, en todo caso, si se insiste en recurrir a la expresión “héroe” debería aplicarse a personas excepcionales como Ana Frank, Sophie Scholl, Sor Juana Inés de la Cruz, Lucretia Mott, Voltairine de Cleyre, Rose Wilder Lane, Mary Wollstonecraft, Germaine de Staël, Isabel Paterson, Hannah Arendt, Taylor Caldwell, Mariquita Sánchez de Thompson, Victoria Ocampo, Alicia Jurado, Anna Politkovskaya, Edith Stein, Ayn Rand o Mallory Cross Johnson, solo para citar unos pocos nombres del mal llamado sexo débil que han dado extraordinarios ejemplos de fortaleza y coraje moral frente a cualquier signo de autoritarismo. Agrego el nombre de una joven que hoy vive en la isla-cárcel cubana desde donde se debate con una perseverancia arrolladora: Yoani Sánchez (cuando la revista Time la incluyó entre las cien personas más influyentes y apareció bajo el subtítulo de “héroes y pioneros”, ella escribió que prefiere “la simple categoría de ciudadana”).

 

El día en que en las plazas aparezcan las efigies de estas personalidades, podremos conjeturar que el mundo va en buena dirección…ya que como tituló uno de sus libros Jerzy Kosinski: No Third Path. En esta misma línea de mantener la brújula firme y los principios en alto, Albert Camus escribe en la introducción de El hombre rebelde: “No siendo nada verdadero ni falso, bueno ni malo, la regla consistirá en mostrarse mas eficaz, es decir, el mas fuerte. Entonces el mundo no se dividirá ya en justos e injustos, sino en amos y esclavos”.

 

Las inmundicias de los Stalin, Pol Pot, Mao, Hitler y Mussolini  de este planeta son consecuencia de las alabanzas al “hombre fuerte” en el poder, el carismático, para los que se tejen todo tipo de cánticos que rebalsan en referencias a lo heroico y grandioso a cuales les siguen personajes detestables tales como los Perón, Trujillo, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza y Rojas Pinilla que, si los dejan, se ponen a la altura o incluso superan en saña a sus maestros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, solo hay la opción entre la democracia y la dictadura, no importa de que signo sea y, éstas, están siempre paridas de libros, artículos y conferencias que ensalzan al héroe como el mandamás de las multitudes.

 

Transcribo una anécdota horripilante de Paul Johnson en Commentary de abril de 1984 en la que relata uno de los casos en que se trata como héroe a un canalla: “en las Naciones Unidas en ocasión de la visita oficial de Idi Amin, presidente  de Uganda, el primero de octubre de 1975. Para esa fecha ya era un notorio asesino serial de una crueldad indescriptible; no solo había liquidado personalmente algunas de sus víctimas sino que las desmembraba y preservaba partes de las anatomías para consumo futuro: el primer caníbal con refrigerador […] A pesar de ello fue electo presidente de la Organización para la Unidad Africana y, en esa capacidad, fue invitado a dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Su discurso fue una denuncia a lo que denominó “la conspiración zionista-nortemericana” contra el mundo “y demandó no solo la expulsión de Israel de las Naciones Unidas sino su extinción […] La Asamblea le brindó una ovación de pie cuando llegó, lo aplaudieron periódicamente en el transcurso de su discurso y, nuevamente, se pusieron de píe cuando dejó el recinto. Al día siguiente el Secretario General de la Asamblea [Kurt Waldheim] le ofreció una comida en su honor”.

 

Como he escrito antes, resulta que en medio de los debates para limitar y, si fuera posible, eliminar las acciones extremas que ocurren en lo que de por sí ya es la maldición de una guerra como los denominados “daños colaterales”, aparece la justificación de la tortura por parte de gobiernos considerados baluartes del mundo libre, ya sea estableciendo zonas fuera de sus territorios para tales propósitos o expresamente delegando la tortura en terceros países, con lo que se retrocede al salvajismo mas brutal.

 

También en la actualidad se recurre a las figuras de “testigo material” y de “enemigo combatiente” para obviar las disposiciones de las Convenciones de Ginebra. Según el juez estadounidense Andrew Napolitano el primer caso se traduce en una vil táctica gubernamental para encarcelar a personas a quienes no se les ha probado nada pero que son detenidas según el criterio de algún funcionario del poder ejecutivo y, en el segundo caso, nos explica que al efecto de despojar a personas de sus derechos constitucionales se recurre a  un subterfugio también ilegal que elude de manera burda las expresas resoluciones de las antes mencionadas convenciones que se aplican tanto para los prisioneros de ejércitos regulares como a combatientes que no pertenecen a una nación.

 

Termino con un pensamiento referido al proceso electoral para elegir gobiernos que si se toma con cuidado y responsabilidad, entre otras muchas cosas, puede modificarse la noción errada del héroe. Y no es con cuidado y responsabilidad que se encara la elección si de entrada afloran tremendas confusiones en el uso del lenguaje. La semana pasada Luis Alberto Lacalle -el ex presidente de Uruguay- muy atinadamente me dijo que resultaba un disparate aludir al recinto donde se vota como “cuarto oscuro” puesto que naturalmente en esas condiciones no se puede ver nada, por lo que es un pésimo comienzo para elegir bien, se trata del cuarto secreto como dicen los uruguayos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.