La importancia de la libertad de prensa

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 11/6/22 en: https://www.infobae.com/opinion/2022/06/11/la-importancia-de-la-libertad-de-prensa/

El debate abierto de ideas resulta medular para el progreso moral y material de cualquier sociedad libre

Justicia

Justicia

Antes he escrito sobre este tema trascendental para la sociedad libre pero dadas las amenazas y escaramuzas recientes, es del caso insistir en el asunto. Nada hay más importante que se garantice la libertad de expresar todo lo que le dé la gana al opinante. Esto no solo hace a una manifestación básica de respeto y permite la información sino que resulta esencial para el progreso del conocimiento que como es sabido tiene la característica de la provisionalidad sujeta a refutaciones, lo cual permite saltos cuánticos en el aprendizaje. En este último campo, sin libertad de prensa el embrutecimiento es la norma que -además de otras barrabasadas- es precisamente lo que ocurre en los regímenes totalitarios. El debate abierto de ideas resulta medular para el progreso moral y material.

En otros términos, para incorporar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en que nos debatimos, se hace necesario recabar el máximo provecho del conocimiento existente, por su naturaleza disperso y fraccionado entre millones de personas. Con razón ha sentenciado Einstein que “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos”. Al efecto de sacar partida de esta valiosa descentralización, es indispensable abrir de par en par puertas y ventanas para permitir la incorporación de la mayor dosis de sapiencia posible. Esto naturalmente requiere libertad de pensamiento y la consiguiente libertad de expresarlo, lo cual se inserta en el azaroso proceso evolutivo de refutaciones y corroboraciones siempre provisorias.

Esta libertad es respetada y cuidada como política de elemental de higiene cívica en el contexto de una sociedad abierta, no solo por lo anteriormente expresado sino porque demanda información de todo cuanto ocurre en el seno de los gobiernos para así velar por el cumplimiento de sus funciones específicas y minimizar los riesgos de extralimitación y abuso de poder.

Este es el sentido por el que los Padres Fundadores en Estados Unidos otorgaron tanta importancia a la libertad de prensa y es el motivo por el que se insertó con prioridad en la mención de los derechos de las personas en su carta constitucional, la cual, dicho sea al pasar, fue tomada como punto de referencia en la sanción de la argentina. Jefferson escribió en 1787 que “si tuviera que decidir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en elegir lo último”.

Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado” alegando “traición a la patria” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes” por parte de los representantes de la prensa. Debido a su trascendencia y repercusión pública internacional, constituyen ejemplos de acalorados debates sobre estos asuntos los referidos a los llamados “Papeles del Pentágono” (tema tan bien tratado por Hannah Arendt) y el célebre “Caso Watergate” que terminó derribando un gobierno.

Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, lo cual no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros. Esta plena libertad incluye el debate de ideas con quienes implícita o explícitamente proponen modificar el sistema, de lo contrario se provocaría un peligroso efecto boomerang (la noción opuesta llevaría a la siguiente pregunta, por cierto inquietante ¿en que momento se debiera prohibir la difusión de las ideas comunistas de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se incluye parcial o totalmente en una plataforma partidaria?). Las únicas defensas de la sociedad abierta radican en la educación y las normas que surgen del consiguiente aprendizaje y discusión de valores y principios.

Hasta aquí lo básico del tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al gobierno de turno en cuanto a la distribución de la pauta publicitaria o a los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, y cuando los gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado.

Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo, que en este campo se de por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento y otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.

De la libertad de expresión se sigue la de asociación y de petición que deben minimizar las tensiones que eventualmente generen batifondos extremos y altos decibeles que afectan los derechos del vecino, lo cual en un sistema abierto se resuelve a través de fallos en competencia como mecanismo de descubrimiento del derecho y no como ingeniería legislativa y diseño arrogante.

Fenómeno parecido sucede con la pornografía y equivalentes en la vía pública que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, hacen que no haya otro modo de resolver las disputas como no sea a través de mayorías circunstanciales. Lo que ocurre en dominios privados no es de incumbencia de los gobiernos, lo cual incluye la televisión que con los menores es responsabilidad de los padres y eventualmente de las tecnologías empleadas para bloquear programas. En la era moderna, carece de sentido tal cosa como “el horario de protección al menor” impuesto por la autoridad, ya que para hacerlo efectivo habría que bombardear satélites desde donde se transmiten imágenes en horarios muy dispares a través del globo. Las familias no pueden ni deben delegar sus funciones en aparatos estatales como si fueran padres putativos, cosa que no excluye que las emisoras privadas de cualquier parte del mundo anuncien las limitaciones y codificadoras que estimen oportunas para seleccionar audiencias.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado, las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder, deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

Es del caso enfatizar que en demasiadas oportunidades cuando se propone algo novedoso y distinto las mentes liliputenses se refugian en la falacia ad populum, esto es si nadie lo hace está mal y si todos lo hacen está bien. Con este criterio de telaraña mental nuestros ancestros no hubieran pasado del garrote, el taparrabos y la cueva pues el primero que utilizó el arco y la flecha, el poncho o el rancho no los usaba nadie por tanto habría que condenarlos. Otra vez reitero lo consignado por John Stuart Mill: “Todas las nuevas ideas que son buenas pasan por tres etapas, la ridiculización, la discusión y la adopción.” Tenemos que acostumbrarnos a dar rienda suelta a las neuronas y no quedarnos bloqueados por el statu quo resultado de una educación mediocre -más bien adoctrinamiento- acostumbrada a la guillotina horizontal que nivela y recibe servilmente instrucciones desde el vértice del poder político.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatorius en el que papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel, interrumpen programas televisivos o, al decir del decimonónico Richard Cobden, establecen exorbitantes “impuestos al conocimiento”. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutenberg, no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) megalómanos que arremeten con fuerza contra el periodismo independiente (un pleonasmo pero en vista de lo que sucede, vale el adjetivo).

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes que sin vestigio alguno de modestia y a diferencia de lo sugerido por Einstein, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en imparables verborragias.

Como queda dicho, en una sociedad libre no hay tal cosa como “delitos de prensa” hay simplemente delitos del mismo modo que no hay delito de pistola o delito de cuchillo se pueden cometer vía estas armas, el delito eventualmente puede cometerse a través de la prensa como cuando se hace la apología del delito, por ejemplo, invitando a que “se asesinen a los rubios” lo cual abre la posibilidad a que algún rubio acuda a la Justicia en su resguardo la que se pronunciará sobre el caso o las calumnias, agravios e injurias que los estrados judiciales estimen punibles. En parte es lo que se conoce como la controvertida y a veces manipulada “doctrina de la real malicia” iniciada en Estados Unidos (“real malice”) con el caso New York Times vs. Sullivan en 1964, figura incorporada por la Corte Suprema de Justicia argentina con suerte dispar.

El contrapoder o Poder Judicial en un sistema republicano tiene siempre la última palabra lo cual no excluye lo que pueda transmitir el esencialísimo Cuarto Poder, es decir el periodismo. Conviene en este contexto distinguir lo dicho de la mera transmisión informativa de la comisión de un delito.

A nuestro juicio en nuestro medio los tratadistas más destacados en materia de libertad de prensa han sido José Manuel Estrada, Segundo Linares Quintana y, sobre todo el suculento tratado de Gregorio Badeni en la materia. Dados los temas controvertidos aquí brevemente expuestos -y que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa- considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta, significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el por qué y el para qué de principios aceptados, es considerado un elemento pernicioso”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Es urgente reiterar la importancia de la libertad de prensa

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 26/9/19 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/09/26/es-urgente-reiterar-la-importancia-de-la-libertad-de-prensa/

La libertad de expresión no solo es una manifestación básica de respeto sino que el contraste de distintas ideas resulta vital para adquirir conocimientos

Gregorio Badeni

Gregorio Badeni

La condición humana remite al libre albedrío que constituye el cimiento de la tradición liberal, solo así tienen sentido las ideas autogeneradas, la posibilidad de revisar nuestros juicios, las proposiciones verdaderas y falsas, la moral, la responsabilidad individual y la mismísima libertad. El pensamiento resulta imprescindible para evaluar los medios pertinentes al efecto de lograr fines apetecidos y la expresión del pensamiento constituye no solo una manifestación de la libertad sino que es el aspecto medular que permite alimentar el conocimiento, puesto que como ha señalado Karl Popper este tiene la característica de la provisionalidad abierta a refutaciones. Las críticas y las autocríticas son esenciales para el progreso de la insustituible aventura del pensamiento que es una consecuencia de la racionalidad.

En algunos ocasiones cuando se estima que alguien está equivocado o no sigue las reglas de la lógica se le endilga la etiqueta de “irracional”, lo cual no es así: todo lo que hace el ser humano es racional a diferencia de los actos reflejos de la biología, cuando la medicina antigua propiciaba ciertas recetas hoy consideradas erradas no es que aquellos médicos eran irracionales, es que no contaban con el conocimiento que hoy disponemos y así sucesivamente.

Se ha dicho, por otra parte, que la verdad debe estar sustentada en verificaciones empíricas a lo que Morris Cohen ha replicado que esa proposición no es verificable y el antes mencionado Popper ha explicado que nada en la ciencia es verificable, es solo de momento corroborable. La verdad se sustenta en la correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado, el relativismo epistemológico, cultural, ético y hermenéutico echan por tierra con toda posibilidad de investigación, además de convertir en relativas las mismas aseveraciones del relativismo.

Como ha sostenido Einstein, “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos” y en el campo específico de cada cual también hay una dosis grande de ignorancia que se intenta contrarrestar en un difícil peregrinaje en el mar de ignorancia en busca de algo de tierra fértil en que sostenernos sin llegar nunca a un puerto definitivo puesto que la navegación es permanente. Por eso me resulta tan atractivo el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales.

El debate de ideas resulta imprescindible para ensanchar el conocimiento, de allí que la libertad de expresión no solo es una manifestación básica de respeto sino que el contraste de distintas ideas resulta vital para adquirir conocimientos. En esto estriba el progreso intelectual del que deriva todo progreso humano.

Antes he escrito sobre la libertad de prensa -que es la manifestación de la antedicha liberad de pensamiento- pero dado el clima amenazador que se vive en distintas latitudes, se hace necesario reiterar lo dicho. Después del derecho a la vida le sigue en importancia el derecho de propiedad una de cuyas manifestaciones centrales es precisamente la facultad de expresar las propias perspectivas y contrastarlas con otras opiniones, para lo cual se requiere un ámbito de puertas y ventanas abiertas al efecto de permitir la mayor dosis de oxígeno, sin limitaciones de ninguna naturaleza. Este es el sentido por el que los Padres Fundadores en Estados Unidos otorgaron tanta importancia a la libertad de prensa y es el motivo por el que se insertó con prioridad en la mención de los derechos de las personas en su carta constitucional, la cual, dicho sea al pasar, fue tomada como punto de referencia en la sanción de la argentina. Jefferson escribió en 1787 que “si tuviera que decidir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en elegir lo último”.

Este es el sentido por el que mi distinguido amigo, el eminente constitucionalista Gregorio Badeni, sostuvo en su Tratado de libertad de prensa la trascendencia de este valor fundamental para la existencia de la sociedad libre y, asimismo, el correlato con la indispensable preservación de las fuentes de información.

Esta libertad es respetada y cuidada como política de elemental higiene cívica en el contexto de una sociedad abierta, no solo por lo anteriormente expresado sino porque demanda información de todo cuanto ocurre en el seno de los gobiernos para así velar por el cumplimiento de sus funciones específicas y minimizar los riesgos de extralimitación y abuso de poder.

Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado” alegando “traición a la patria” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes”. Debido a su trascendencia y repercusión pública internacional, constituyen ejemplos de acalorados debates sobre estos asuntos los referidos a los llamados “Papeles del Pentágono” (tema tan bien tratado por Hannah Arendt) y el célebre “Caso Watergate” que terminó derribando un gobierno.

Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, lo cual no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros. Esta plena libertad incluye el debate de ideas con quienes implícita o explícitamente proponen modificar el sistema, de lo contrario se provocaría un peligroso efecto boomerang (la noción opuesta llevaría a la siguiente pregunta, por cierto inquietante ¿en qué momento se debería prohibir la difusión de las ideas comunistas de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se incluye parcial o totalmente en una plataforma partidaria?). Las únicas defensas de la sociedad abierta radican en la educación y las normas que surgen del consiguiente aprendizaje y discusión de valores y principios.

Hasta aquí lo básico del tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al gobierno de turno o a los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, y cuando los gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado.

Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo, que en este campo se de por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento y otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.

De la libertad de expresión se sigue la de asociación y de petición que deben minimizar las tensiones que eventualmente generen batifondos extremos y altos decibeles que afectan los derechos del vecino, lo cual en un sistema abierto se resuelve a través de fallos en competencia como mecanismo de descubrimiento del derecho y no como ingeniería legislativa y diseño arrogante.

Fenómeno parecido sucede con la pornografía y equivalentes en la vía pública que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, hacen que no haya otro modo de resolver las disputas como no sea a través de mayorías circunstanciales. Lo que ocurre en dominios privados no es de incumbencia de los gobiernos, lo cual incluye la televisión que con los menores es responsabilidad de los padres y eventualmente de las tecnologías empleadas para bloquear programas. En la era moderna, carece de sentido tal cosa como “el horario de protección al menor” impuesto por la autoridad, ya que para hacerlo efectivo habría que bombardear satélites desde donde se trasmiten imágenes en horarios muy dispares a través del globo. Las familias no pueden ni deben delegar sus funciones en aparatos estatales como si fueran padres putativos, cosa que no excluye que las emisioras privadas de cualquier parte del mundo anuncien las limitaciones y codificadoras que estimen oportunas para seleccionar audiencias.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado, las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder, deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatoris en el que papas pretendían restringir lecturas de libros y donde irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel, interfieren en la cibernética o, al decir del decimonónico Richard Cobden, establecen exorbitantes “impuestos al conocimiento”. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutemberg y ahora Internet, los medios digitales y las redes sociales no han sido del todo aprovechadas sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) megalómanos que arremeten con fuerza contra el periodismo independiente.

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes que sin vestigio alguno de modestia y a diferencia de lo sugerido por Einstein, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en imparables verborragias.

Dados los temas controvertidos aquí brevemente expuestos -y que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa- considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta, significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el por qué y el para qué de principios aceptados, es considerado un elemento pernicioso”.

El cuarto poder tiene prelación para la preservación de la libertad respecto a los otros tres, la sociedad libre se derrumba sin este valor. También he escrito antes para rendir homenaje al periodismo independiente (un pleonasmo pero por las situaciones que atravesamos vale el énfasis) pero en esta ocasión insisto en este muy sentido tributo pues dan batalla con un coraje y una perseverancia por lo que en gran medida le debemos la supervivencia, en contraste con sujetos disfrazados de periodistas pero vendidos al espíritu cavernario del autoritarismo siempre empobrecedor moral y materialmente.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Un tributo al periodismo independiente

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 7/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/07/un-tributo-al-periodismo-independiente/

 

Hablar de periodismo independiente es una redundancia colosal pero, dadas las sumamente pastosas cuando no desfachatadas circunstancias que tienen lugar en no pocos países, el énfasis amerita puesto que desafortunadamente hay quienes se dicen periodistas pero se han degradado a la condición de apéndices cuando no esbirros del poder de turno, mutando en verdaderos asaltantes y descuartizadores de la decencia.

De todos modos es del caso destacar a quienes hacen honor a su oficio con creces corriendo todo tipo de riesgos y peripecias. A estos personajes todos les debemos mucho. Si no fuera por ellos en gran medida estaríamos en la penumbra para no decir en la total oscuridad. Quienes investigan e informan a la opinión pública son personas de una envergadura moral superlativa. No se francamente si se les debería llamar el cuarto poder o en homenaje a su ejemplo de integridad más bien debiera aludirse al primer poder.

El caso argentino es paradigmático: en los últimos largos años han sido la tabla de salvación para los espíritus libres. Rindo entonces este modesto tributo a estos periodistas de gran valía. Les agradezco muy sentidamente su coraje, constancia y perseverancia. La prensa oral y escrita en todas partes da batallas cotidianas para oponerse al abuso del poder. Estas mujeres y hombres del periodismo saben que su función es la crítica para mantener los aparatos estatales en brete cualquiera sea su color. Saben que ser condescendientes atenta contra su sagrada misión.

En otras oportunidades he escrito sobre la trascendencia de la libertad de prensa, pero en este caso es pertinente volver en parte sobre este aspecto crucial. Para incorporar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en que nos debatimos, se hace necesario recabar el máximo provecho del conocimiento existente, por su naturaleza disperso y fraccionado entre millones de personas. Con razón ha sentenciado Einstein que “todos somos ignorantes, sólo que en temas distintos”. Al efecto de sacar partida de esta valiosa descentralización, es indispensable abrir de par en par puertas y ventanas para permitir la incorporación de la mayor dosis de sapiencia posible. Esto naturalmente requiere libertad de pensamiento y la consiguiente libertad de expresarlo, lo cual se inserta en el azaroso proceso evolutivo de refutaciones y corroboraciones siempre provisorias.

Esta libertad es respetada y cuidada como política de elemental higiene cívica en el contexto de una sociedad abierta, no sólo por lo anteriormente expresado, sino también porque demanda información de todo cuanto ocurre en el seno de los gobiernos, para así velar por el cumplimiento de sus funciones específicas y minimizar los riesgos de extralimitaciones y manotazos a las libertades.

Este es el sentido por el que los Padres Fundadores en Estados Unidos otorgaron tanta importancia a la libertad de prensa y es el motivo por el que se insertó con prioridad en la mención de los derechos de las personas en su carta constitucional, la cual, dicho sea de paso, fue tomada como punto de referencia en la sanción de la argentina.

Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos Gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado”, alegando “traición a la patria” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes” por parte de los representantes de la prensa. Debido a su trascendencia y repercusión pública internacional, constituyen ejemplos de acalorados debates sobre estos asuntos los referidos a los llamados Papeles del Pentágono (tema tan bien tratado por Hannah Arendt) y el célebre caso Watergate, que terminó derribando un Gobierno.

Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, que no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros.

Hasta aquí lo básico del tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al Gobierno o que los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, de modo que cuando los Gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado.

Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo que en este campo se dé por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento, además de otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos, puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado: las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatoris con el que los Papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, intervienen en la producción y distribución de papel, pretenden reglamentar las versiones digitales, todo lo cual al decir del decimonónico Richard Cobden, significa el establecimiento de repugnantes “impuestos al conocimiento”.

La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutemberg no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se les han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud.

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes, que sin vestigio alguno de modestia, y a diferencia de lo sugerido por Einstein, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en verborragias imparables.

Dados los temas controvertidos aquí brevemente expuestos -que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa-, considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el porqué y el para qué de principios aceptados es considerado un elemento pernicioso”.

Por supuesto que se puede discrepar con lo dicho o escrito por periodistas independientes, pero eso no es para nada motivo para siquiera rozar la idea de la infame mordaza, abierta o encubierta. El debate es necesario en todos los ámbitos al efecto de ventilar todas las perspectivas y cada uno saca sus conclusiones en un proceso de constante aprendizaje.

En resumen, es indispensable oponerse con la necesaria energía a cualquier manifestación implícita o explícita que pretenda coartar de una u otra manera la faena de la prensa, tan vital para el oxígeno mismo de los derechos individuales consagrados en todas las constituciones republicanas. Como queda dicho, el centro de la tarea periodística se refiere a la defensa contra las tropelías de los aparatos estatales por lo que son desviados y alejados de esa misión específica aquellos que no solo operan bajo el paraguas del poder del momento sino cuando reclaman avances sobre las libertades por parte de posibles gobiernos venideros o hacen la apología de tiranos anteriores. Estos desconocimientos brutales del tronco principal de la libertad de prensa marcan la decadencia que es contrarrestada por los verdaderos periodistas. En este contexto y por todo esto es que resulta muy pertinente recordar un pensamiento de Thomas Jefferson: “Frente a la posibilidad de un gobierno sin libertad de prensa o libertad de prensa sin gobierno, me inclino por esto último”.

Cierro esta columna con un pensamiento de William Faulkner reflejado en un reportaje que le concedió a Jean Stein en 1956, una reflexión que no solo va para los siempre esmerados periodistas sino para todos los humanos: “Nunca hay que estar satisfecho con lo que se hace. Nunca es tan bueno como podría serlo. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que es posible hacer. No hay que preocuparse simplemente por ser mejor que los contemporáneos o que los predecesores. Hay que tratar de ser mejor que uno mismo”. Esto es lo que pensaba con sabiduría el Nobel de literatura de 1949, el maestro de la narrativa con visos cinematográficos, de los diálogos interiores, de las frases largas y del manejo de los tiempos y los flash-backs.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h