Las elecciones en EE.UU. y la relación con Latinoamérica

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 3/11/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1952923-las-elecciones-en-eeuu-y-la-relacion-con-latinoamerica

 

El diálogo de los países de nuestra región con Estados Unidos es siempre multifacético. Y, en realidad, es bastante más permanente que volátil. No avanza necesariamente por etapas, ni por segmentos. Ni, menos aún, por un solo y único andarivel. Ni tampoco se reinventa integralmente cada vez que el país del norte cambia un gobierno.

Tiene una cuota importante de permanencia, de continuidad y hasta de inercia. Tanto a nivel intergubernamental, como entre las múltiples organizaciones de la sociedad civil o las de naturaleza económica que conforman un entramado de relaciones muy diversas, siempre activo. Tiene por ello una constancia que no puede minimizarse. Es, en rigor, mucho más persistente que discontinuo o espasmódico. Con los canales de información y comunicación con que hoy contamos parecería normal que esto sea efectivamente así.

Hay algunos temas, además, que por su misma naturaleza -como son los de la lucha contra el narcotráfico o el crimen organizado- no dependen de los cambios de gobierno porque suponen edificar -y operar- esquemas de cooperación estables que deben quedar, en alguna medida al menos, al margen de los vaivenes políticos.

Lo que sí ha cambiado sustancialmente en los últimos tiempos -y no puede minimizarse- no tiene demasiado que ver con las elecciones norteamericanas. Ocurre que ya no hay un «discurso único» en nuestra región. Dentro de los organismos regionales hay más de una visión acerca de las relaciones con el mundo exterior. El discurso aislacionista bolivariano no prevalece.

En parte, por el fracaso estrepitoso de la propia experiencia doméstica venezolana. También por el saludable regreso regional hacia el centro del péndulo político, tras haberse desaprovechado miserablemente una larga oportunidad de precios relativos fuertemente favorables, con ingresos extraordinarios que fueron derrochados en gran medida. Me refiero a la década del «viento a favor», que algunos negaban. Ha influido también la comprobación de que los regímenes populistas de nuestra región están desgraciadamente preñados de una corrupción extendida, que en la Argentina, por lo demás, no tiene parangón alguno en la historia.

El discurso bolivariano, el que se quiso diseminar desde UNASUR, es hoy indigerible. Por sus frutos, luce como una propuesta inaceptable. Pero además porque -en su esencia- supone deformar la democracia hasta hacerla irreconocible y cercenar perversamente las libertades civiles y políticas. Lo que lo convierte en totalitario. UNASUR hasta ahora ha sido poco más que un escenario para tratar de captar perversamente la voluntad de la región con la retórica bolivariana de unos pocos y los silencios cobardes de muchos.

A lo que hay que agregar que en nuestra región hoy nos pasa algo parecido a lo de los palestinos: no tenemos unidad de criterio. Mucho menos discurso y acción común. Lo que no es necesariamente una situación anormal, pero obliga a respetar la diversidad.

Cabe preguntarse entonces si empeñarnos en tratar de unificar al máximo el discurso frente a Estados Unidos es necesariamente el mejor camino. Puede no serlo. Porque obliga a nuestra región a buscar denominadores comunes pequeños y hasta frágiles.

Los «discursos únicos» son, con mucha frecuencia, el resultado de pretensiones ideológicas hegemónicas, disfrazadas o no. Generalmente, muy poco realistas.

A lo que cabe agregar que en las diferencias hay siempre una riqueza que no debe desperdiciarse. Hay audacia. Y hasta novedad. Tratar de desterrar o limitar las conversaciones bilaterales es apenas un mal sueño. Y una equivocación. Cada país tiene su propia agenda y realidades, en espejo de sus respectivas sociedades. Nuestra región no es uniforme. Y empeñarse en tratar de silenciar o disimular la diversidad es un error.

Hay, pese a lo dicho, una agenda corta multilateral. Regional, entonces. El tema central hoy de esa agenda no es otro que el de Venezuela. Esto es, el de la posible aparición de una nueva Cuba en nuestra región. La segunda dictadura. Esa cuestión es, por cierto, más relevante que la lenta «normalización» de Cuba. El segundo tema fundamental es el de la pacificación de Colombia. No detenerse en un camino en el que se ha llegado casi a la meta. El tercero es ciertamente la urgencia de empeñarnos seriamente en destruir pobreza.

Insistimos en que, más allá del ámbito multilateral, existe una riqueza inmensa en las distintas agendas bilaterales. Unificar herméticamente el andar de todos en la región hubiera quizás supuesto, por ejemplo, lastimar el salto cualitativo de los países del Pacífico en su modernización con destrucción de pobreza. Mientras, del lado del Atlántico, algunos perdíamos una década sumergidos en el estatismo, asfixiados brutalmente por el intervencionismo y lastimados moralmente por la corrupción.

Como dejar de lado la realidad tiene costos, los diálogos con el país del norte debieran también poder, de pronto, sentar en una misma mesa a los países que tienen parecidos sustantivos en sus planteos de política, especialmente cuando sus visiones económicas son complementarias. Cada vez que haya una disposición real hacia alcanzar consensos y no una actitud torpe de intransigencia, los diálogos deberían encontrar una forma de encarrilarse entre las diversas que siempre están disponibles.

Todos los caminos conducen al progreso, aunque siempre y cuando el diálogo sea sincero, en lugar de pequeño. También el de los diálogos bilaterales entre quienes tienen más coincidencias que diferencias y están dispuestos a caminar juntos hacia el futuro sin las barreras derivadas de los resentimientos. Mantener diálogos múltiples desde la diversidad edifica, complementa, enriquece y hasta inspira a los que pueden ser los propios del ámbito de las conversaciones multilaterales.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

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