Acerca de la eutanasia.

  Por Alberto Benegas Lynch (h).  Publicado en: Diario de America el 27/10/2011

Aunque hoy en día en la mayor parte de los temas soy un iconoclasta, en este caso me ubico en lo que en líneas generales puede considerarse el pensamiento convencional. Etimológicamente, eutanasia quiere decir “buena muerte” y se suele dividir en pasiva y activa, entendiendo la primera como el retiro de medicinas e instrumentos de reanimación completamente desproporcionados y en el contexto de una vida penosa en grado extremo o directamente vida vegetativa, instancia en la que los médicos estiman que no hay posibilidad de revertir la situación del paciente con acuerdo de familiares si los hubiera o, en su caso, con el consentimiento del propio interesado si estuviera lúcido. Sin duda que todo esto se lleva a cabo con el conocimiento disponible, lo cual no excluye acontecimientos impensados y, desde luego, recursos que al momento no están disponibles en la ciencia. Nadie es adivino, de lo que se trata es de tomar decisiones en base a la información del caso al instante de adoptar las medidas que se consideran prudentes y apropiadas frente a un enfermo terminal (demás está decir que los facultativos que tengan alguna objeción de conciencia procederán consecuentemente). Esta eutanasia pasiva sin que necesariamente se declare la muerte clínica en el sentido de ausencia de actividad neurológica, respiratoria y circulatoria (con la debida atención a estados comatosos que pueden modificarse), antes de la muerte biológica en la que hay deterioro irreversible de tejidos y órganos.

Por su parte, la eutanasia activa significa inducir la muerte por exterminación de la vida, sea por comisión o por omisión en cuyo contexto quedan excluidas las condiciones arriba expuestas en el caso de la eutanasia pasiva, lo cual constituye un homicidio. A veces se ha incluido el suicidio en el campo de la eutanasia (“autoeutanasia” se lo ha llamado) ya que comparte el concepto de evitar sufrimientos mayores, espantosa tragedia respecto a la cual me inclino respetuosamente en silencio puesto que para que se renuncie abiertamente al instinto primogénito de conservación el suicida debe atravesar tremendas explosiones y convulsiones interiores de magnitud insospechada, difíciles de imaginar y de concebir. Recuerdo la referencia del sacerdote y teólogo Domingo Basso quien consigna en su libro Nacer y morir con dignidad. Estudios de bioética contemporánea que “se cuentan casos en la historia de la Iglesia de mujeres, veneradas luego como santas, que prefirieron el suicidio a ser objeto de violación […] la ética, incluso católica, ha venido modificando paulatinamente su visión del suicidio. No en el sentido de haber modificado las normas objetivas por las que se ha de juzgar este fenómeno, sino porque existen serias dudas sobre la imputabilidad moral de la acción suicida”.

Como apunta John Eccles, premio Nobel en neurofisiología, la vida, incluso para la medicina avanzada, es algo misterioso y sagrado que debe ser tratada con sumo cuidado. El instante de la muerte constituye un momento crucial de un ser que, como explica Eccels, no está solo formado por kilos de protoplasma sino que está dotado de psiquis, alma o estados de conciencia que excede lo meramente material y es por ello que podemos hablar de proposiciones falsas y verdaderas, de agente moral, de responsabilidad individual, de pensamiento, de argumentación, de la posibilidad de revisar nuestros juicios y de idea autogeneradas, lo cual no es un tema de creencias religiosas tal como lo pone de manifiesto Karl Popper, posiblemente el filósofo de la ciencia de mayor envergadura.

Por ello también es que, como he escrito extensamente en otras oportunidades, el llamado “aborto” —en verdad homicidio en el seno materno— es probablemente el crimen mayor de la sociedad contemporánea, que llamativa y escandalosamente se ha bautizado como “eutanasia inofensiva”. La liquidación de un ser humano que comienza con la fertilización del óvulo, momento en el que tiene toda la carga genética completa. Es como lo denomina Julián Marías, “el síndrome Polonio” donde en la obra shakesperana la cobardía hace que se atraviesa una espada al sujeto en cuestión sin siquiera mirarle la cara. Luis Lejeune, el célebre profesor de genética en La Sorbona, ha aseverado ante el Comité respectivo del Senado estadounidense que “aceptar el hecho de que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el final de sus días no es ya una manifestación metafísica, es una sencilla evidencia experimental”. Por eso es que los abortistas recurren a la magia más primitiva y rudimentaria al suponer que con el alumbramiento hay un ser humano pero no antes, como si se hubiera producido una mutación de la especie.  

Se aludió en detalle a la eutanasia pasiva en el sonado caso de Satz vs. Perlumutter en el que se incluyen algunas aclaraciones esenciales en esta muy delicada materia, en contraposición al tratamiento desaprensivo de sugerencias sobre la supuesta licitud de practicar eutanasias activas, tanto en ensayos en el mundo académico como en obras de ficción y producciones cinematográficas de gran difusión. En los tres casos se han considerado situaciones de transplantes de diversos órganos hasta la situación límite de un eventual y por ahora imaginario transplante de cerebro, en cuyo caso puntualizamos que en realidad se trataría del transplante del cuerpo al cerebro y o al revés puesto que es éste último el instrumento vital por el que el ser humano se comunica al mundo exterior.

En contraposición a lo antedicho sobre la eutanasia, el médico Stephen G. Potts —en un artículo reunido en un libro editado por Stephen Hicks y David Kelley— se opone a la eutanasia pasiva porque estima que puede conducir a abusos de diversa naturaleza, incentivar a que no mejoren las técnicas de curación, el abandono de la esperanza, aumento en los temores por lo que ocurre en centros hospitalarios y conflictos con los fines propios de la medicina, todo lo cual nos parece que no se condice con el problema superlativo que hemos consignado en esta muy telegráfica nota periodística.

Por supuesto que el juramento hipocrático se refiere a los esfuerzos necesarios para preservar la vida, lo cual no es incompatible con lo dicho en esta materia. Sin duda contrasta la actitud que en su oportunidad relató Steve Jobs en cuanto a que cuando su médico analizó en el microscopio muestras de las incipientes células cancerígenas de su páncreas estalló en llanto de alegría puesto que en ese momento y circunstancia, a diferencia de lo habitual, ese caso tenía arreglo quirúrgico con tratamientos especiales, contrasta decimos con quienes se hacen llamar médicos y practican abortos o son cómplices, cuando no actores directos, de eutanasias activas.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fué profesor y primer Rector de ESEADE.

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